Capítulo 9: Una pequeña luz

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—No me dejes —un susurro dedicado a una sola persona que tal vez ni lo escuchó—. Te necesito —lágrimas que fluyeron sin control—. Dayane... por favor —dolor en el pecho en donde se halla un corazón trizado que cada vez late más despacio y con dificultad

Caminaba entre los pasillos con las memorias recorriéndole entero. Cada sensación, sonido, aroma, todo se mezcla en su mente a cada paso que daba después de un largo día en el que trabajó casi automáticamente, pero que abandonó después de unas horas. No quiso firmar más documentos, no quiso saber de la mafia, no quiso encontrarse con nadie, no quiso siquiera regresar a su cuarto porque estaría tan vacío como su vida actual.

Sabe que es incorrecto pensar en eso, pero de todas formas... no puede evitarlo.

Miró en sus manos una dosis más de aquellas pastillitas que calman sus ansias para que el tiempo pase rápido y le otorgue una muerte más pronta. Recordó que cuando estaba con Dayane no las tomaba tan seguido, pero ahora es lo único que lo ata a la cordura. Se tragó la cápsula sin importarle el dolor en la garganta porque estaba aguantando el llanto. Se limpió las lágrimas traicioneras y la nariz mientras, a pasos firmes, pasa de largo la puerta de su cuarto y se dirige a un pasillo casi vacío que lo llevará a un balcón.

Observó sus manos nuevamente, aun ve la sangre, incluso parece que su nariz percibe ese hedor metalizado. Respiró hondo, olvidó todo por un momento. Se quedó en ese balcón en silencio, mirando las estrellas y la luna que está casi desapareciendo. No sabe qué hora es, pero tampoco le interesa, después de todo, no dormirá.


Indagar...


Fon sentía esa mirada posarse sobre su persona; de cierta forma era gracioso porque la había sentido desde hace muchos –demasiados-, días atrás, pero jamás pasaba algo más allá de eso. Caminaba sin prisas por la mansión, manteniendo entre sus manos una pequeña flor rosada que encontró en el camino y que le cedería a Bella porque le encantaban. Planificaba qué rutina de Tai-chi practicaría con Taiki y se preguntaba si sería buena idea decirle a Tsuna que deseaba intentar subir a los niños al auto, sólo para probar cómo reaccionarían.

Ni hao, Reborn —se sorprendió al tenerlo de frente, era la primera vez en esas dos semanas

—Tenemos que hablar —eso sorprendió más a Fon porque generalmente sólo cruzaban un par de palabras, pero suponía que debía ser el momento

—Dime —sonrió con amabilidad

—Aquí no —se acomodó la fedora antes de darse vuelta y empezar a caminar—. Sígueme

—¿Es sobre Tsunayoshi-kun?

—Es obvio

Se habían tardado, en serio. Él llevaba ahí casi dos meses, tal vez un poco más, no los estaba contando, pero era la primera vez que lo dirigían a una de las salas de reuniones.

Con tranquilidad se sentó donde le indicaron, sonrió, detalló el rostro de cada uno y esperó a que todos se organizaran pues parecía que no sabían qué preguntar primero. Las expresiones iban desde la seriedad hasta la culpa o cansancio, cada uno parecía pasar su propio pesar o calvario. Fon sentía pena, pero a la vez creía que debieron merecerse ese estado.

Le cedieron una taza de té y él les agradeció con una leve reverencia con su cabeza. Sintió la tensión del ambiente y sólo por eso habló primero.

—Me ha contado algunas cosas —suspiró cuando las miradas se posaron en él, pero se desviaron casi de inmediato—, pero no puedo decirles nada, pues a pesar de que no me lo ha pedido yo quiero mantener su secreto

Mi rojo cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora