Capítulo 24: Lejanía.

259 34 11
                                    

Se cumplía un año, aun no podía creerlo. Y aunque era verdad que el cuerpo de Dayane dejó de estar vivo hasta hace poco, su muerte fue declarada un año atrás y para todos era la fecha de aniversario para la difunta esposa del décimo Vongola. Fon también quiso respetar esa fecha para despedirse correctamente —puesto que no pudo participar en la ceremonia con las cenizas en el mar—, y charlar un poco con aquella dulce estrella que dejó de titilar. Por eso pisaba el césped de ese cementerio mientras buscaba el sector correspondiente a la última morada de Dayane.

En sus manos se hallaba un ramo de margaritas blancas, violetas y amarillas; un detalle sencillo y colorido para mostrar respeto hacia la madre de dos niños sumamente cariñosos. Sonrió. Tsuna en alguna ocasión le dijo que tanto Taiki como Isabella heredaron la sonrisa de Dayane, y Fon deseó que en algún momento se hubiese fijado más en ese detalle pues ahora viviría con la incógnita de si esa comparación era cierta o no. Pero jamás pensó que la esposa del décimo Vongola sería tan especial para él también.

Acomodó el pequeño detalle en uno de los floreros de metal que rodeaban la lápida que dictaba el nombre de Dayane Sawada, quitó las flores marchitas que se hallaban en el florero adjunto y también limpió parcialmente los alrededores de la placa. Suponía que Tsuna y los niños aun no llegaban, así que les dejaría el resto de esa tarea porque seguramente planeaban limpiar todo ellos mismos. Sonrió al detallar el símbolo de Vongola tallado —seguramente a mano—, y finalmente suspiró.

Quiso hablar con ella a solas por un momento..., pero en ese instante no supo qué decir.

Tenía algunas cosas que contarle con la esperanza de que su espíritu lo escuchara, pero no sabía qué tema escoger o si era conveniente de tratar. Se creía un poco culpable pues él había presenciado detalles de los hijos de Dayane que tal vez ella quiso vivir. Se sentía algo incómodo también pues se había enamorado de la persona que Dayane amó incondicionalmente en vida. Irónicamente esos eran los temas a tratar.

—Lo siento.

Lo sentía de verdad porque de cierta forma se robó una partecita de la vida que Dayane debió vivir, o al menos eso le pareció. Las sonrisas de Bella y de Taiki, las frases que la pequeña daba de forma completa, los sueños que Taiki expresaba a través de dibujos, la bondad que ambos pequeños mostraban en cada gesto, la madurez que adquirieron poco a poco, y la evolución de Tsuna quien ya podía mantenerse firme al enfrentar su vida como líder de Vongola..., todo eso debió verlo Dayane y no él.

—No quiero tomar tu lugar, Dayane —juntó sus manos y las posó sobre su abdomen para respirar profundo. Centró su mirada en la placa con el nombre de ella y se decidió a pronunciar su pedido—. Y aun así..., permíteme formar parte de sus vidas.

Era uno de los pocos deseos egoístas que Fon tenía, uno comparado con aquel que lo llevó a cuidar de I-pin y convertirla en una poderosa guerrera, aunque por diferentes cuestiones se convirtió en algo diferente. La vida era caprichosa y a veces jugaba sucio, pero no podían manipularla a antojo. Sin embargo, en esta ocasión, ¿estaría bien el insistir en un capricho propio? No estaba muy seguro y no tenía forma de conocer la respuesta dada por alguien más, pues no confiaba tanto en un ajeno como para volverlo su consejero.

Era divertido en parte.

Fon, como todos sus antiguos compañeros de maldición, siempre se guardaba las cosas para sí mismo pues no confiaba en nadie, mejor dicho, no podía confiar en ajenos. Su pasado aún les pesaba a todos y siempre lo hizo. Suponía era su castigo por haber hecho daño a personas que no se lo merecían. Ni siquiera cursando esa segunda vida —iniciada siendo apenas un bebé con la maldición revocada—, no todos lograron terminar con esa soledad que los condenaba. Al menos Fon lo creía así.

Mi rojo cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora