Capítulo 3: Y pasó...

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Pasos resonantes entre los pasillos inferiores en donde la enfermería -equipada casi al mismo nivel que un hospital-, se instaló estratégicamente para que evitara daños causados en la parte superior de la mansión. La usaban con frecuencia debido a las misiones numerosas, de modo que no tuvieran el riesgo de que el enemigo intentase un atentado cuando los subordinados de Vongola estuvieran en condiciones vulnerables y en medio de civiles. Actividad por parte de médicos especializados en diferentes áreas que arribaban según la emergencia del caso y enfermeras que mantenían todo en perfecto estado para cuando se necesitara.

Pero en ese día el movimiento no era causado por el arribo de heridos debido a una misión de alto riesgo, sino de algo más particular y mucho más importante, al menos para su líder.

Jadeos desesperados, temblor en los dedos, sudor que resbalaba por su sien o instaurado en las manos debido a la ansiedad, al miedo. La mirada aguada porque el shock inicial no se había ido y sus emociones florecían sin control. Estaba solo porque salió corriendo del auto apenas llegó a la mansión. Tenía náuseas, incluso parecía alucinar ocasionalmente porque lo que le informaron no podía ser verdad. Se negaba a que fuera verdad.

Se sentía olvidado, desdichado y sólo pudo soltar un par de palabras cuando llegó a la sección indicada.



-¿Por qué?

-Juudaime -una respuesta básica, una mirada culpable, una reverencia que fue la puñalada final-. No pudimos hacer nada -cerró sus ojos y apretó los puños

-Lo sentimos -acompañó Yamamoto en esa muestra de respeto

-No -su voz salió aguda, temblorosa, sus piernas se tensaron, sus hombros bajaron- ¡NO! -Tsuna dejó de mirar a sus dos guardianes, mano derecha e izquierda respectivamente. Respiró hondo, se mordió el labio. Lo negaba. Intentó pasar a esa sala en donde varios hombres y mujeres de batas blancas y mascarillas corrían de un lado al otro, pero no lo dejaron- ¡No puede!

-Tsuna, cálmate -la lluvia intentó proporcionar paz, pero bien sabía que era inútil-. No puedes entrar... Ellos están haciendo su trabajo ahora mismo

-¡DAYANE! -gritó con desespero estirando su mano hacia algo que no lograría alcanzar. Empujó con todas sus fuerzas, maldijo entre dientes, apartó a quienes le impedían avanzar

-¡Juudaime! -lo sujetaba con fuerza junto con Takeshi- ¡Por favor!

-¡A un lado! ¡Quítense! ¡Apártate de mi camino!

-¡Tsuna! -dolía ver a su jefe así- ¡Cálmate!

-¡Dayane!



Esa misma mañana Tsunayoshi se había despedido de su esposa y sus tres hijos porque él tenía una reunión que atender, cosa que no llevaría más de tres horas pero que les juró reduciría a dos. Les dio un beso a cada uno, a los cuatro, incluyendo al pequeño vientre que acunaba a su segundo hijo varón. Les prometió que llegaría al lugar pactado para su salida semanal en cuanto le fuese posible, y que, como pago por no poder estar con ellos desde el inicio, los llevaría a comer cualquier cosa que desearan. Asignó a dos de sus guardianes como guardaespaldas hasta que su pequeña familia cursaran el trayecto habitual hasta un amplio parque en donde se reunirían con Enma, Diana y el pequeño Leo para un picnic.

Pero algo salió mal. Muy mal.

Su intuición no dejó de saltar desde el punto en donde cursaba medio camino hacia la reunión, pero fue convencido para que no dejara eso de lado y cumpliera. Jamás pensó que odiaría tanto las palabras: «Esto es importante para Vongola. Su familia puede esperar un poco».

Mi rojo cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora