Capítulo 17: Aparta la venda.

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¿Cuántas veces habían sido ya? En realidad, no sabía, pero todo empezó después de la pequeña discusión que tuvieron en su oficina hace tiempo. Hibari revivió en él recuerdos, pesadillas, remordimientos, dudas y dolor. Tsuna nunca pensó estar tan enfadado con su guardián como en ese tiempo porque incluso, a pesar de los días que se volvían semanas y estas en meses, el acoso no cesó.

—¿Por qué haces esto? —frunció su ceño y respiró hondo para no ceder ante el enojo y elevar la voz.

—Haz que se vaya —exigió como en todas las veces anteriores.

—No —miraba los iris azulados de su nube y sentía una extraña combinación entre pena y furia—. Incluso si insistes, no lo haré.

—¡Estás comportándote como un herbívoro! —enfureció y golpeó su puño contra la pared a tan sólo unos centímetros del rostro de su cielo— Te aferras a algo como si fuera...

—¿Un salvavidas? —Tsuna miró con fijeza el ceño fruncido del más alto— ¿Y qué si lo es? ¿Te importa acaso? —silencio.

Esa extraña situación se le hizo tan familiar a Tsuna que era hasta una mala comedia.

¿Cuántas veces había sido acorralado contra una pared por su nube? Demasiadas veces para su gusto, todas y cada una tan incómoda como esa, pero se diferenciaban en una sola cosa. Antes, cuando sus ojos estaban siendo cubiertos por una venda de desesperada necesidad de cariño, lo que llegó a creer sentir fueron los nervios por la proximidad de su amor platónico... Pero en esos momentos reconocía que en realidad ese retorcijón en el estómago era causado por la incomodidad y las ansias porque eso terminara.

Era su intuición que le gritaba "peligro". ¡Cómo había extrañado esas claras muestras de su buen juicio! Era buena señal. Su don regresaba progresivamente y se manifestaba en los momentos adecuados.

Empujó con fuerza el pecho del azabache y con un par de pasos se liberó de la prisión en la que lo mantenían los brazos de su nube para al fin respirar profundo y sentirse libre. No era más aquel niño temeroso o el adolescente patético... mucho menos era el adulto roto que buscaba cariño donde fuera incluso delegando su propia autoestima a un fantasma casi invisible. Ya no rogaba por amor, no mendigaba caricias o miradas, mucho menos suplicaba un toque cálido de un humano ajeno a sí mismo.

No se dejaría pisotear una vez más... y todo era gracias a esa persona.

—Es un espejo que me refleja.

—Jamás pensé que tú —Tsuna se giró para mirar a Kyoya— fueras capaz de decir eso.

—Es patético que uses a ese carnívoro como mi reemplazo actual.

—Debo suponer que lo dices por el físico que comparten —Tsuna acomodó sus mangas antes de seguir el camino hacia su oficina en esa media mañana—, pero eso no tiene nada que ver.

—Tú aun me amas, herbívoro.

Tsuna no le respondió en esa ocasión, pues sinceramente estaba harto de seguir el mismo patrón una y otra vez, uno en donde él negaba esas palabras y su nube le discutía otras cosas que no quería recordar. Se fue dejando a Kyoya con sus demonios porque él ya tenía los propios y eran demasiados como para tomar también los ajenos. Como fuere, no era un tema que le interesase tratar, así que simplemente fingiría que nada pasó y volvería a su rutinario vivir.

Una rutina que lo tenía clavado a las ganas de seguir respirando.

No era una buena forma de evitar sus pensamientos suicidas y su cansancio vital, pero al menos era una forma.

Mi rojo cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora