Capítulo tres

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Yo, como soy tonta, hago caso y espero apoyada en la pared enfrente de la puerta. Cuando sale y vuelve a mirarme con ojos picantones, caigo en que debería haberme ido. Tarde.

Me coge de la muñeca y me lleva escaleras arriba, creo que la casa tiene cuatro plantas.

El camino es estrecho, así que voy tras él. Tengo una buena vista de su parte trasera. Le queda estupendo el traje negro con la camisa celeste, igual que la mía. Bueno, es que a mí, los hombres con traje me pueden. Y además, le realza ese trasero de futbolista bien trabajado. ¿Qué estoy mirando? Desvío los ojos a su cabeza antes de que me pille.

—¿Se puede saber a dónde me llevas? —pregunto. Ni siquiera intento resistirme a su brazo, mi fuerza no es nada comparada con la suya.

—Abajo estaba aburrido, así que vamos a pasarlo bien —responde guiñándome un ojo.

Abre una de las primeras puertas del tercer piso. Es una habitación con una cama de matrimonio, en la que cabrían tres matrimonios, con un baño al fondo. Hay una televisión al lado de la puerta y poco más. Yo paso al centro del cuarto, él cierra con pestillo y se quita la chaqueta. Entonces me gira hacia él para mirarme fijamente y me da un morreo que me deja sin respiración, metiendo la lengua hasta la campanilla. Le respondo el beso, pero al instante me separo y le planto un guantazo con la mano entera abierta en la mejilla derecha.

Me observa confuso mientras se frota el golpe.

—¡¿Qué haces?! —le grito. Sigue confuso. Claro, le he hablado en español y no ha entendido nada. Vuelvo a repetírselo en alemán.

Tras unos instantes, logra decir:

—Te he entendido a la primera, sé español. No eres pareja de Luka, ¿verdad? —no entiendo nada, pero niego con la cabeza—. ¿Entonces quién eres? Aquí solo vienen las parejas de los invitados o tías que quieren follar con nosotros. ¿Te has colado? —antes de que pueda hablar, se responde a sí mismo—. No, claro, has venido con ellos.

—Me han invitado, y no soy una puta que va babeando por vosotros.

—Lo siento, perdóname, debí suponerlo, por cómo vas vestida.

—¿Algún problema con mi ropa? —será maleducado el rubiales.

—No, ninguno, pero que no vas vestida como las demás. —me observa otra vez con detenimiento, y yo noto los colores aparecer en mi cara—. La verdad es que me suenas, ¿nos hemos visto antes?

Suspiro. Qué gran memoria tiene.

—Sí, en el calentamiento y en el partido, soy una fotógrafa del Real Madrid. Me has visto haciendo fotos.

—Ah, claro, no te había reconocido sin la cámara tapando tu cara —suelta una risita, yo sigo molesta y le miro seria—. Oye, perdóname. Ha sido un malentendido —yo no doy mi brazo a torcer, y sigo seria. Lanza un corto suspiro—. Ven, te invito a una copa para hacer las paces —dice mientras me ofrece su brazo.

—¿Estás de coña? —ahora río yo— ¿De verdad pretendes que me vaya contigo después de esta falta de respeto?

Duda un instante.

—Sí, ya te he dicho que es para hacer las paces —madre mía, qué cara dura es.

Pongo los ojos en blanco e intento salir. No sé cómo funciona el pestillo. Se acerca a mi espalda, me coge la mano y abre la puerta. Susurro un «gracias» antes de huir, pero es más rápido y me coge del codo.

—No te voy a dejar marchar hasta que hagamos las paces —me susurra al oído.

Tengo la piel de gallina. Bajamos en silencio y nos envuelve la música.

Echte Liebe (Marco Reus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora