Capítulo once

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Sí que lo estoy, o eso creo. No lo sé, no puede ser. Me prometí no llegar más lejos de la amistad con futbolistas. Y me he acostado con él. La he cagado.

Me levanto rápido, ahora no me importa si se despierta. Prácticamente corro al cuarto de baño para estar sola, me vendrá bien despejarme un poco.

Pienso en lo que le pregunté a Ann sobre las noticias y los periodistas. ¿Quiero a Marco lo suficiente para todo eso? No, joder, no. No le quiero ni estoy enamorada ni nada de eso. Simplemente me lo tiré, como una de esas veces que salgo con las chicas. Solo me gusta su pelo, acariciarlo, y ver cómo me miran sus ojos verdes cuando estoy delante de él, además de esa sonrisita y que me chinche guiñándome el ojo… Que no. Agito la cabeza para seguir con el "despeje", pero no consigo relajarme, y lo que iba a ser un baño acaba en una ducha rápida.

Recuerdo cómo me trató anoche, tan caballeroso y agradable. Me gustó, lo volvería a hacer. Pero no, no puedo, nunca más volveré a verlo así. Me entristece la idea, pero es lo mejor para ambos.

Salgo y ya está vestido, junto a la puerta.

—Vuelvo ahora, si quieres baja tú primero y subes a hacer la maleta —asiento sin poder mirarle a la cara.

Me da un casto beso en los labios antes de marcharse.

Una lágrima rueda hasta mi barbilla al pensar que hoy será la última vez que me despierte con Marco a mi lado.

Bajo sola, rápido, sin cruzarme con nadie. Cuando llego ante toda la comida, no me viene el apetito. Hago el esfuerzo por comer lo mínimo para tener energía.

La habitación está vacía, y puedo recoger mis cosas tranquilamente. Vaya pintas, tengo la ropa de la primera noche desperdigada por el suelo y debajo de la cama. Cojo un calcetín de Marco con asco. A los pies no llega su encantador aroma varonil. Me lo guardo en el bolsillo para dárselo luego.

Estoy absorta en mis pensamientos sentada en la cama, con la maleta preparada en la puerta, cuando alguien pega en ella. Abro sin dudar.

—Hola cielo, ¿estás lista? —Marco sonríe.

—Sí… —murmuro.

Mira la maleta y la coge. Por mucho que pese, para él es como una pluma. En cuanto salgo, lleva la maleta rodando cogida con una mano, y la otra descansa en mi cintura, cruzando el brazo por la espalda. No la retiro, pero tampoco me acerco a él como otras veces. Dejamos las llaves en recepción y vamos en taxi hasta el aeropuerto. Antes de bajar, Marco se pone una gorra y gafas oscuras. Lo raro es que hace sol fuera, no dentro del aeropuerto, pero no digo nada. Tenemos unos diez minutos para despedirnos. Pretendo irme ya, para que no se me haga más largo el sufrimiento, pero protesta.

—¿Acaso no vas a despedirte de mí?

—No Marco, quiero irme.

Me giro, cogiendo la maleta, pero me tira del codo.

—Espera —respira hondo—. ¿Qué te ocurre? Has estado muy distante desde que me he levantado. Apenas me has hablado y no me respondes a las caricias ni los besos. ¿He hecho algo mal?

Suspiro. Esto va a ser muy complicado.

—No, lo he hecho yo mal. Tú no tienes la culpa.

—¿Pero q…

—Escúchame Marco —le corto—. No puedo estar contigo. No quiero. Mi vida no es así, no soy una estrella ni quiero serlo. No necesito gastar dinero en todo momento. No podemos actuar como si todo fuese de color rosa, entre tú y yo no hay nada. Besarte ha estado mal, y acostarme contigo peor. Es por mí, me hice la promesa de no salir nunca con un futbolista, tarde o temprano sufriré, prefiero evitarlo. Entiéndelo, ¿vale? Lo siento, de verdad —digo mis últimas palabras antes de que se escapen las lágrimas.

Echte Liebe (Marco Reus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora