Capítulo treinta y seis

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Algo en mí se quiebra. La palabra “pareja” se recalca en mi mente como si de un cartel luminoso se tratara. Cojo mi portátil, el cuál llevo siempre en la maleta, y lo enciendo. Malditas máquinas que tardan en arrancar. Cojo el wi-fi del hotel, cuando viajamos nos dan la contraseña abajo para usarlo a nuestro antojo. Busco los nombres de ambos y leo varios títulos, solo abro los más llamativos.

Es una antigua novia de Marco. Más guapa que yo, más famosa que yo, más rica que yo, y probablemente más simpática que yo. Definitivamente, mejor que yo. Cuando me dice que está recuperándose de la lesión, ¿se refiere a esto? Todo en secreto, mientras yo no pueda ver nada porque estoy a kilómetros de él. Sabía que una relación a distancia no iba a acabar bien. «Por favor, Emily, mírate. ¿Para qué va a quererte a ti si puede tenerla a ella?», gracias subconsciente por tu apoyo.

Me quedo mirando a la nada con el ordenador sobre las rodillas. Una mata pelirroja sale del baño. No debo tener muy buen aspecto, porque rápidamente se sienta a mi lado y me acaricia la espalda. Quiero llorar.

—Supongo que ya lo habrás visto —dice Eli con la vista clavada en el suelo.

Oh, genial, parece que no he sido la primera en enterarme. Habría resultado más fácil que me lo dijese ella en vez de encontrármelo “por casualidad” en una revista. Asiento igualmente. Me duele la cabeza. Todo esto me viene grande, una celebridad como Reus es demasiado para mí. Bastante tiempo hemos durado, ha tardado mucho en cansarse de mí. Tampoco tenía que enterarme así, podría haber dicho algo como «hey, Em, que quiero cambiar de chica, se hace repetitivo verte solo a ti». Trago el nudo que tengo en la garganta al imaginarme sus dulces labios diciendo unas palabras tan crueles. Pero si ha hecho esto, tal vez no sea tan bueno como aparenta.

Y, hablando del rey de Roma, suena el móvil. Desvío la llamada. No quiero hablar ahora con Marco. Cierro los ojos para recomponerme y sugiero que bajemos a dar una vuelta por el hotel. Tras insistir un poco, le convenzo de que estoy bien. Aunque en realidad estoy destrozada por dentro.

Al salir nos encontramos con Cristiano, que también va abajo para hacer tiempo hasta la cena. A Elizabeth solo le falta un cartel en la frente que ponga “en caso de desmayo, llévense a Cristiano Ronaldo, él es la causa”. Cris intimida, a mí me pasó el primer día, pero ya lleva bastante tiempo aquí. Hace un comentario gracioso sobre el entrenamiento, ese momento en el que casi mi cabeza vuela. Me río sin ganas y lo nota, porque frunce los labios y me mira extrañado. Lo más típico en mí es estar feliz las veinticuatro horas del día y subir el ánimo a los demás, para que esté mal debe pasarme algo muy gordo. ¿De verdad tengo tan mala cara? Vuelve a llamarme el mismo de antes y repito la acción. En la sala común hay unos cuantos del equipo charlando y armando jaleo. Ni que fuesen unos adolescentes de fiesta. Cada uno lanzamos un saludo general y los recién llegados tomamos asiento para unirnos a la conversación. Me siento junto a Marcelo, a ver si de alguna forma me alegra un poco. Están enfrascados hablando sobre una película que no he visto. Marcelo echa un vistazo a su teléfono y me mira preocupado. Se acerca hasta mi oído y, tapándose la boca, murmura:

—¿Quieres salir un rato a dar un paseo? —enarco las cejas ante su rara propuesta.

Acepto. Hablar a solas con él unos minutos me vendrá bien. Ángel y Cristiano nos observan al salir. Cruzamos la sala hasta el fondo, donde hay unos cristales corredizos. Éstos dan a un jardín profundo lleno de flores de colores vivas, cada matorral de un tamaño y una especie diferente. Vamos por el camino de piedra blanca que zigzaguea entre las plantas. Suspiro al pensar en Marco y lo bonito que sería estar con él aquí y ahora. Ya está oscureciendo y una brisa de aire refresca. Me froto los brazos con las manos, elevando los hombros para cubrir un poco mi cuello. El moreno se fija y pasa un brazo por mis hombros. Le miro por el rabillo del ojo, sonriendo. Lleva la otra mano metida en el bolsillo del pantalón. Parece que no soy la única con frío.

Echte Liebe (Marco Reus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora