Capítulo treinta y siete

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Ese “ahora” se transformó en tres días. Tres días con el teléfono repleto de llamadas y mensajes de Marco. No consigo las ganas suficientes para contestarle. Porque esto era justo lo que no quería, tenía miedo. Miedo de enamorarme de un futbolista y sufrir por culpa de la prensa, del dinero o de su fama. Estas relaciones siempre acaban mal si no eres una súper modelo o algo parecido. Una chica normal y corriente y un famoso no concuerdan. Pero me ha atrapado, es como si me hubiese absorbido y ahora no puedo vivir sin él, por mucho que me diga a mí misma lo contrario. Lo necesito como el oxígeno al respirar. Lo único que hago es mentirme, no le tengo odio ni rencor, solo intento aparentarlo. Le quiero. Demasiado para mi bien. Pero, ¿qué voy a hacer, si no puedo dictar mis sentimientos? Ya he aceptado que es malo para mí. Tan solo es el principio de los problemas y aún me quedará mucho por sufrir, porque, tarde o temprano, volveré a caer en sus brazos.

Ya estamos de vuelta en Madrid, ganamos la Súper Copa de Europa y montaron una fiesta por todo lo alto. Lo obvio habría sido que yo me quedase en la habitación maldiciendo a Caroline, pero fui con los chicos y Eli a celebrarlo. Me emborraché lo suficiente para no poder pensar en nada durante horas y ayer me desperté con una resaca del copón. Sí señor, beber para olvidar. Aunque, según me contó Luka, pasé un buen rato llorando sentada en la escalera mientras él me cuidaba. Me avergüenzo mucho por ello.

Ahora estoy fuera de las oficinas del Real Madrid, donde está mi jefe más directo. Realmente Florentino es el jefe de todos, pero él no puede ocuparse de tantas cosas y yo hablo con el encargado al mando. Voy a pedirle unos días de descanso para ir a Mallorca. Si todo sale bien según mis cálculos, me perderé el viaje a Warsow y el partido de ida contra el Atlético. La secretaria me indica que ya puedo pasar. Me levanto y entro con la cabeza alta, lo más formal posible. Hablamos durante un rato. Me argumento con todo el tiempo que llevo trabajando en el Club, que solo pedí un día de descanso la temporada pasada y, además, que son problemas personales muy importantes. Tras meditarlo, me da el visto bueno y tengo cinco días libres. Esperaba una semana completa, pero algo es algo. Cuentan desde mañana, ya que he trabajado hace unas horas durante el entrenamiento. Menos mal que me ha dado el visto bueno, porque ya tenía comprado el billete de ida justo para el viernes. Me lo ha pagado Ángel, le he dicho que se lo devolveré cuando cobre, pero me va a resultar imposible.

Mi vuelo se atrasa, así que me dedico a borrar los cientos de mensajes y llamadas perdidas de Marco. Cuando acabo, todavía quedan quince minutos para subir. Como por arte de magia, se me viene a la cabeza la idea de llamar a Mesut. No hablo con él desde la final del Mundial, creo. La primera vez no coge, pero, justo al guardar el móvil, me devuelve la llamada.

—¡Hola, enana, cuánto tiempo! —exclama entusiasmado—. Perdona por no haber cogido antes, estoy grabando un spot con Adidas, para unas botas nuevas, ya verás mi cara por todos lados. Bueno, ¿qué tal estás? ¿Todo bien en el club blanco?

—Todo estupendamente —una mentira piadosa no hace daño a nadie—. Solo quería llamarte para que sepas que aún me acuerdo de ti.

Se ríe. Charlamos sobre temas diversos, sin llegar a contarle nada sobre Marco ni mi padre. No quiero preocuparle ahora mismo, ya he tenido bastante con las caras de apoyo en el equipo. Necesito que alguien me hable como si todo fuese bien y no pasase nada, sin miedo a decir algo fuera de lugar que pueda herirme. Que me hable como siempre. Entro la última al avión, con tal de alargar la llamada lo máximo posible. Le deseo suerte en el próximo partido contra el Manchester City. Con aires de superioridad, me responde que no la necesita, marcará el gol de la victoria. Pongo los ojos en blanco y me despido.

El viaje se hace corto al estar leyendo. Cuando aterrizamos, comienzo a ponerme nerviosa. Coral, la novia de mi padre, me espera delante de un Ferrari rojo. Obsequio de mi padre, probablemente. Al verla no siento odio, sino más nervios y preocupación. Estoy intentando hacerme a la idea de qué voy a encontrarme cuando llegue a su casa. Me saluda con una sonrisa que no se refleja en sus ojos. Me dispongo a meter la maleta en el asiento de atrás, hasta que me doy cuenta de que un coche tan caro y prestigioso es de dos asientos y el maletero es pequeñísimo. El equipaje cabe a duras penas. Tan prestigioso y caro, tan pequeño e inútil. Vamos en silencio, ni siquiera Coldplay consigue hacerme cantar. Vamos por un vecindario lleno de chalets blancos, todos son iguales. Coral gira a la izquierda y abre la reja de uno de ellos con un mando a distancia. Aparca dentro, moviendo el volante con delicadeza. Estoy sudando cuando salgo del automóvil. Cojo la maleta y sigo a Coral hasta el interior de la vivienda. Es gigante. Hay que subir tres escalones para entrar y la entrada se alarga hasta el fondo, donde hay unas escaleras. Las subimos y me lleva hasta un cuarto de invitados, el lugar en el que me hospedaré estos días. Volvemos a bajar. Varias puertas se dispersan por el camino, de verdad que parece un laberinto. Cruzamos la tercera, que da a un salón de ambiente moderno. Pasamos a otra habitación a la derecha, esta vez es más pequeña. Es una especie de oficina. Mi padre está sentado detrás de la mesa.

Echte Liebe (Marco Reus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora