Capítulo treinta y ocho

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—¡Pásamela! —escucho un acento alemán de fondo.

—¡Espera y cálmate un poco! ¡Está bien, vale ya! —la voz amortiguada, probablemente por tapar el móvil, de Mel gritando a Marco.

Me llevo una mano a la frente, cierro los ojos y suspiro frustrada. Este hombre es imposible. Les escucho forcejear por el teléfono. Vaya dos cabezotas se han juntado.

—¡Emily! —grita enfurecido.

—¿Qué? —respondo lo más tranquila y secamente posible. Aún no estoy dispuesta a hablar con él.

—Emily… —repite, pero esta vez es suave, casi puedo sentir su voz acariciándome el oído—. Cielo, ¿dónde estás? ¿Por qué no me coges las llamadas? ¿Ha ocurrido algo? Por favor, vuelve conmigo.

Acaba de tocarme la vena sensible. Me está suplicando que vuelva con él, ¿cómo voy a poder resistirme? Por favor, Marco, cállate, estoy intentando ser dura, así no voy a conseguir nada.

Liebe… —se acabó, no puedo. El sentimiento es más fuerte que yo.

—Dios santo… —musito para mí—. Estoy en Mallorca visitando a mi padre. No deberías haber salido de Dortmund.

—Por ti voy a donde sea.

—Deja de hablar así cuando no te tengo delante —protesto.

—¿Por qué? —una pequeña risa escapa de su garganta al final de la frase.

—Porque no puedo comerte a besos —respondo con esa sonrisa tonta que se me dibuja cuando se trata de él. Escucho a Mel haciendo el ruido de una arcada. Seguro que está escuchando todo.

—Esta noche estoy allí. Dime tu hotel para ir directamente.

—¿Qué? No —no puede tener esa costumbre de estar conmigo cuando quiera ni gastar el dinero como si fuese aire.

—Sí, no me hagas preguntar por ti en todas las recepciones. Sabes que lo haré —no lo dudo.

Voy de acá para allá por la cocina, meditando qué hacer. Va a venir, eso seguro. Lo que me da miedo es qué hará al no encontrarme en ningún hotel.

—Iré a recogerte, avísame cuando llegues —bufo, parando delante de la ventana para observar el paisaje. Da al mar, hay un chiringuito con pinta de ser caro a un lado.

—¿Me vas a responder esta vez? —intenta darle un toque gracioso, pero realmente lo pregunta en serio.

—Podría abandonarte en el aeropuerto, pero mi conciencia no estaría tranquila.

Vuelve a reírse y me contagia. Acabamos la conversación, me tomo unos minutos para pensar sobre todo lo que tengo que hablar con Marco. Esta noche va a ser larga. Vuelvo al comedor con la familia, ya casi ni recordaba con quién estaba. Cuando entro, empiezan a hablar entre ellos de temas al azar, como si hubiesen estado escuchando mi conversación, lo cual no me extrañaría nada. Llego hasta mi silla, la retiro y, antes de sentarme, me habla mi hermano:

—¿Y tu tenedor? —pregunta.

Suspiro y me froto la cara. Levanto la cabeza, echando el pelo hacia atrás.

—No tengo hambre —acto seguido, cojo el plato lleno y salgo de nuevo, con todos los ojos pegados en mí—. Esta noche va a venir un amigo, necesito que me dejéis un coche —me asomo por el quicio de la puerta antes de desaparecer en la cocina.

Arrojo toda la comida, una pena no disfrutarla. Se me ha quitado el apetito desde que me he enterado de que Marco está en Madrid. Camino de nuevo por el comedor, todos están callados y observan cada uno de mis movimientos. Subo a por el libro que estoy leyendo y voy dando un trote hasta el porche. Doy una vuelta alrededor de toda la casa para ver el jardín y admirar las vistas al mar. La valla blanca que rodea todo el terreno me llega por la nariz. Los vecinos son silenciosos, todo está en calma. De vez en cuando se oye el motor de un coche al pasar o la sirena de un barco. Hay un banco al fondo del jardín, un par de mesas de hierro con sus sillas correspondientes y una fuente de adorno. Todo blanco. Termino de rodear el chalet y me echo en la hamaca del porche. Tumbada, comienzo a leer y me olvido de todo durante unas horas. Me olvido de Marco, de papá, de la ida de Ángel, simplemente de todo. Acabo con el libro abierto sobre la cara y durmiendo a la cálida sombra de Mallorca.

Echte Liebe (Marco Reus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora