Capítulo trece

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Me he quedado sin palabras. Está aquí delante, tan perfecto como siempre, y me ha pillado con la guardia baja. Tengo que aprender a mirar por la mirilla antes de abrir la puerta.

Le ha crecido un poco de barba. Le hace atractivo, sexy, pero lo prefiero afeitado. Estamos así, sin hablarnos pero diciéndonos tantas cosas con tan solo mirarnos. Oleadas de sentimientos pasan por mi cuerpo, pero no consigo identificar ninguno.

—Emily —me llama.

—Vete.

—Emily, escúchame —insiste.

—He dicho que te vayas —repito, subiendo el volumen.

—No voy a irme hasta que me escuches —pone un pie entre el quicio y la puerta, justo antes de que se la cierre en las narices—. ¿Por qué me dejaste? No digas que no hay nada entre nosotros. Mírame a los ojos y dilo —soy incapaz de hacerlo—. ¿Es por la fama? Hablé con Mesut y me contó que no te gusta. No hay por qué hacerlo público, si no quieres.

—Marco, no…

—Emily, por favor, compórtate como la adulta que eres. No tengas miedo. No tienes que sufrir —ya lo he hecho—. Podemos intentarlo.

—¿Qué haces aquí? —inquiero.

—Vine con la excusa de acompañar a Mario y Mesut, necesitaba verte —ahora todo tiene sentido.

Lo tenían todo planeado. Iba a ser mucha casualidad que los dos pudiesen, y quisieran, salir a cenar conmigo a las tantas de la noche después de un partido. Además, no me ha llamado niguno aún. Ya hablaré con Özil.

—Emily —me saca de mis pensamientos—. ¿Quieres intentarlo?

—No —aprovecho el momento de distracción en el que ha quitado el pie y cierro rápido.

Me apoyo de espaldas a la puerta y resbalo hasta el suelo. Escucho cómo aporrea la puerta y algunos «Emily. Emily, abre. Por favor». No recuerdo en qué momento paró, pero me quedo allí dormida.

Me despierto con un dolor inmenso de cuello y espalda debido a la postura. Todavía es temprano. Creo que voy a salir a correr, me vendrá bien para despejarme y hacer algo de ejercicio.

Me visto con ropa cómoda, preparo música en el teléfono y estoy lista para salir. Abro la puerta, pero algo, o mejor dicho alguien, cae a mis pies y se da un golpe en la cabeza. Se lleva la mano a la nuca y se queja, luego me ve y sonríe.

—Buenos días —saluda.

—¿Eres tonto?

—Bueno, cuando estás delante sí que me siento un poco atontado —le doy una pequeña patada en el hombro.

—¿Cómo se te ocurre quedarte aquí fuera? —se levanta, sacudiéndose la sudadera gris.

—No me dejaste entrar —replica.

—Vuelve a tu hotel.

—¿A dónde vas? —me mira de abajo arriba—. A correr. Iré contigo.

—Eh, no. Esa ropa no es adecuada.

—No uses esa excusa. Puedo correr con lo que sea —ríe—. Además, me vendrá bien. Se supone que debería estar en Dortmund entrenando.

—¿Y qué haces aquí?

—Conquistarte —escucho mi corazón palpitar rápidamente—. No pienso irme hasta que me aceptes.

—Buena suerte —le deseo, y bajo las escaleras.

Lo escucho un par de escalones detrás mía. Maldita sea, tengo el móvil sin batería. Ya no podré escuchar música.

Cuando estamos en la calle, Marco avanza hasta ponerse a mi lado. Se ha puesto una gorra y gafas de sol. El cielo está lleno de nubes.

Echte Liebe (Marco Reus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora