Wish I Had an Angel

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Andrew tenía un gran defecto, y era que se preocupaba demasiado. Daba tanto de sí que la gene aprovechaba esa característica suya y lo consumía por completo. Él mismo lo sabía, más de una ves dijo que jamás hablaría de nuevo con Jerry, que lo borraría de su vida, incluso, en las noches más profundas e íntimas, le juró a las estrellas que tomaría venganza. Pero esos pensamientos duraban lo que la luna en el cielo, a veces, el tiempo en que tarda en enviarse y recibirse un mensaje lascivo.

Se preocupaba demasiado por sacar buenas notas que estudiar se volvía un pesado peso con el que cargar; se preocupaba demasiado por arreglarse para que alguien se fijara en él mismo que cualquier pelo fuera de lugar o cualquier mancha en su pelaje le causaba aprensión; se preocupaba por esconder tanto su verdadero yo de sus padres que había días incluso en los que sentía que enterraba parte de sí mismo. Él lo sabía, pero por más que quisiera cambiar ese aspecto de su personalidad, no podía, y eso lo frustraba aun más. Era como querer ser mas alto o tener los ojos de distinto color.

-¿Quieres que vayamos a Japan's Choice o quieres algo más?

-Japan's Choice siempre es una opción. Podría comer ahí todos los días de mi vida -dijo Andrew mientras ponía su celular en silencio y lo metía en la bolsa de su pantalón-. El katsudon me hace sentir plenamente feliz.

-Pues vamos entonces -dijo su madre, girando en Maine Ave. En la luz roja pararon junto a uno de los trenes urbanos que recorrían todo Middletown con sus campanas sonando en la parte superior. A Andrew le gustaba subirse a ellos y dar vueltas por la ciudad mientras el sol se iba poniendo, pues en cada parada el cielo se pintaba de un color diferente, desde el azul plumbago hasta el naranja rojizo del las tardes de verano. Aquel día, sin embargo todo era de un parejo gris, que, sin embargo, mantenía una belleza melancólica perfecta para escuchar a Laika.

-¿No hay ningún problema? -preguntó cuando la luz cambió a verde y avanzaron por el pavimento mojado.

-No, ¿por qué habría de haber un problema?

-Ayer escuché que discutías con papá -dijo con voz grave-. No te ha dado dinero en lo que va del mes y tienes que pagar las tarjetas y hacer el supermercado.

-Tu papá... -dijo con desdén-. Él y un muro de tabiques es lo mismo. Ayer me molesté con él porque además de no dejarnos dinero, me dijo que luego de trabajar iría unas horas al casino porque "estaba muy estresado". ¡Al casino, Andy! Mientras yo tengo que ver de qué manera consigo dinero. Es un irresponsable.

-Por eso te pregunto si no hay ningún problema. Podemos comer en casa y te contaré todo de la misma manera, no es necesario que vayamos al Japan's Choice.

-Andy, yo te diré si puedo llevarte o si no puedo. Te lo estoy ofreciendo yo. Si no quieres ir, mejor dime y doy vuelta antes de llegar a...

-No, no, está perfecto. Vamos.

-Además -continúo ella, más tranquila-, tengo que pasar al banco y el de la plaza comercial es el más cercano.

Llegaron al centro comercial después de diez minutos. Eran las ventajas de vivir en un pueblo pequeño. Pero también las desventajas. Todo quedaba cerca, pero todo era lo mismo siempre y cuando algo nuevo llegaba, pronto se convertía parte de la rutina, de la monotoneidad del paisaje.

Entraron al Japan's Choice, el restaurante favorito de Andrew. Era un local grande, con lámparas japonesas colgando del techo y muros hechos de palos de bambú. Los recibió una panda roja vestida con un kimono rojo con detalles dorados y los condujo a una mesa cerca de la fuente. Andrew, cuando era cachorro, amaba sentarse cerca de la fuente pues en ella nadaba media docena de peces koi de colores. Los veía durante toda la comida, hasta que su comida se enfriaba y su padre le recordaba que habían ido ahí a comer, no a ver los peces.

BORDERWhere stories live. Discover now