Life Eternal

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El primer día de clases nunca había sido gran cosa para Alex. Era solo un evento sin importancia más, un trámite que realizar del cual, lo único agradable, era ver de nuevo a sus amigos todos los días, de platicar, de hacer locuras y de divertirse. Pero mientras empacaba su carpeta y sus bolígrafos, mientras percibía el aroma a plástico de la mochila nueva y que se ceñía a la espalda, se daba cuenta que, a pesar de hacer exactamente lo mismo que todos los años, las cosas no iban a ser igual. El resultado en aquel experimento iba a variar por completo.

Sus tíos le desearon un buen día en la puerta de la casa, le dieron un poco más de dinero y su tía le ajustó la bufanda en el cuello.

-Perdóname, Alex, es que si no lo hacía iba a salir volando en cualquier ráfaga que se levantara.

-Está bien -movía la pata adelante y atrás, como si estuviera esperando una respuesta o quisiera decir algo más, pero no sabía qué-. Bueno, entonces supongo que me voy.

-Te irá muy bien, verás que la gente es cálida después de conocerla un poco. No te desanimes si no haces montones de amigos en tu primer día -le dijo su tío. Sostenía la taza de café con la pata izquierda, recargando su peso contra el marco de la puerta.

-Sí, yo... yo espero que todo salga bien. Es decir, es la escuela, no creo que varíe mucho de un país a otro -sin embargo sus nervios estaban al máximo, completamente diferentes a lo que hubieran estado en casa.

Comenzó a sentirse incómodo estando ahí en la puerta, como si esperara que sus tíos lo llevaran de la mano a la puerta principal y le dieran el almuerzo en la pata. Pero, caminando hacia la parada de autobús mientras el frío abrazaba sus tobillos y sus orejas, entendió que justamente era eso lo que quería.

Se odio por aquello. No era un cachorro asustadizo, nunca lo fue y, sin embargo, se comportaba -y sentía- como uno. "Por Dios, es sólo la escuela, no debes estar nervioso por algo así". Pero lo estaba, sentía una presión en su estómago que empujaba hacia afuera. El pelaje de su nuca se erizaba de imaginar a todos los animales que habría en los pasillos salidos de una película. Su cola no dejaba de balancearse adelante y atrás, una y otra vez.

Pronto llegó a su parada y caminó, con una multitud de chicos de su edad, hacia el edificio del Instituto James Kidd, el cual estaba atiborrado de animales. Unos charlando, otros fumando sentados en la hierba, otros recargados en las bancas con los ojos cerrados, somnolientos. Un par de osos polares y de lobos grises lo impresionaron. En México no había muchas especies acostumbradas al frío, él mismo no estaba acostumbrado al frío. Trató de no mirarlos demasiado y caminar hacia la entrada del edificio.

Todo tenía una esencia surrealista, de sueño. Estaba seguro que en cualquier momento sucedería algo imposible, intentaría correr y las extremidades las sentiría de gelatina, o abriría la puerta de un salón y encontraría una fosa llena de agua con estrellas en el techo y un día soleado a través de las ventanas.

Pero a pesar de que su imaginación volaba, tratando de convencerlo de que todo aquello era un sueño, su mente lo anclaba de nuevo a la realidad. Él estaba ahí, en medio de una ciudad e la Costa Este de Estados Unidos, a miles de kilómetros de casa, en medio de un montón de desconocidos y estaba por tomar clases, clases en inglés, como cualquier otro chico estadounidense... la sola idea de aquello le hacia sentirse mareado.

Sintió que un escalofrío le recorría de nuevo la espalda y sintió que sus sentidos se agudizaban mientras caminaba en medio de la multitud. Los aromas de los demás animales se hacían más penetrantes; sus ojos más grandes y brillantes parecían mirarlo fijamente, como si se tratara de un intruso; la hierba bajo sus almohadillas se sentía más fría de lo que llegó a pensar y el aire se le metía molestamente en las orejas, impidiéndole oír las voces de los demás, lejanas en ese momento, haciéndole sentirse bajo el agua. El corazón comenzó a palpitarle con fuerza, como un ariete tratando de perforar la piedra de una montaña y por más que trataba de parecer calmado, sabía que, en cualquier instante, su máscara de serenidad se haría pedazos y que dejaría al descubierto al Alex cachorro, al Alex asustado que quería irse de ahí y volver a casa. Y una vez que hiciera eso, nadie lo respetaría de nuevo, convirtiéndole en un blanco perfecto de burlas y acoso.

BORDERWhere stories live. Discover now