Ghost From the Barrow

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Andrew, el zorro rojo trató de concentrarse en la clase. Miraba los elementos en el pizarrón, los moles, los números, y entre todo aquello terminó perdido. Quería seguir el ritmo de sus compañeros mas listos, pero por más que trataba no podía sentirse emocionado por aquellas letras y números aislados. No sentía pasión alguna por nada de aquello. No podía hacer poemas con símbolos como H y CA, no podía soñar despierto mirando las conversiones, pues entre las ecuaciones no hay espacio donde perderse ni donde imaginar, todo está filosamente calculado, al igual que la escuela, cada cual tiene su lugar y no puede salir de él.

Las clases continuaron con un ritmo lento y pronto las vacaciones se sintieron muy, muy lejanas, como si hubiesen sucedido hacía mucho tiempo y llevaran estudiado desde siempre, sin parar. De ellas solo quedaba un recuerdo que bien pudo haber sido un sueño.

La campana sonó a la hora del almuerzo y con ella, comenzó a caer una suave lluvia que cayó sobre todo Middletown, empapando los árboles y los jardines de la escuela, sus canchas de soccer y sus ventanas.

Andrew tomó su almuerzo y, evitando la parte izquierda del comedor, ahí donde los jugadores de basquetbol comían mientras se lanzaban empaques de leche y cubiertos, se dirigió a la parte posterior del edificio, donde menos gente había. En su camino pudo percibir todos los aromas de quienes le rodeaban: leones, liebres, caninos de todo tipo, el gran oso polar del equipo de natación y alguna que otra nutria como su amiga Brenda. Había visto a todos alguna que otra vez, en los pasillos o en clase o incluso al salir y tomar el autobús, pero hasta ahí llegaba Andrew, a reconocer un montón de rostros sin saber el nombre tras ellos, sus gustos o sus vidas. Le costaba hacer amigos, era muy tímido y cuando se abría con la gente, lo hacía con las personas menos adecuadas.

Enrolló su cola alrededor de sus piernas al momento que se sentaba en la silla. Miraba la ventana y las gotas de lluvia deslizarse por ella cuando Brenda se sentó frente a él con carta de hastío.

-Te lo juro, cada vez soporto menos a toda esta gente, Drew. Muero de ganas por terminar con este puto suplicio e irme de una jodida vez a Winston a estudiar Cine -dijo la nutria soltando después un largo suspiro. El olor de las sardinas en su plato se agregó a los aromas que Andrew percibía de todos sus compañeros.

-¿Por qué lo dices, qué sucedió ahora? -preguntó bebiendo el cartón de leche con chocolate.

-Mia es una arpía. Piensa que porque su padre la consiente y le da el sol y las estrellas, también haremos lo mismo aquí. ¡Que se joda! No puedo esperar a que salga al mundo real y se dé de bruces con el hecho de que si quieres algo, necesitas trabajar por ello.

-Quien sabe, si su padre la consiente tanto, quizás no tenga que trabajar nunca.

-Su padre no vivirá para siempre.

-Pero hay herencias -contestó con una risita Andrew.

-Mierda, es cierto. Y seguramente sin su padre, la muy mantenida buscaría un esposo rico que la tratara igual. Lo que te dije, la gente idiota vive más feliz.

-Seamos idiotas entonces.

-Si fuera tan idiota como ella, reprobaría Física; soy su maldita pareja de laboratorio -la nutria se pasó la pata por la cara, jalándose los párpados y el labio inferior.

-Así que por eso estás más molesta de lo normal, ya entiendo todo -Andrew cortó un pedazo de pollo de su plato y agregó-. En ese caso deberías pedir que te cambien de pareja, todos los profesores conocen a Mia, entonces... -se llevó el tenedor a la boca, pero nunca alcanzó a masticarlo. Un destello dorado llamo su atención al fondo del comedor, en la entrada. Su pelaje se erizó al momento que entornaba los ojos, tratando de identificar a alguien.

BORDERWhere stories live. Discover now