Your Heart

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La escuela era, para Andrew, una espada de dos filos: por un lado era el escape que tanto buscaba de su casa y de sus conflictivos padres, un momento de libertad controlada, por decirlo de una manera. Por el contrario, ahí encontraba problemas de diversa naturaleza que, si bien no eran como los pleitos en casa, eran situaciones que lo deprimían. Quizás era por eso que sus momentos favoritos era cuando estaba solo de verdad, como el viaje en camión hacia el James Kidd Institute, donde podía pensar cuanto quisiera, imaginar el universo tras la ventana, soñar despierto todo aquel trayecto de unos cuantos minutos. Estando solo no tenía problemas.

Aquella mañana se despertó con la pesadez crónica de siempre. Se duchó y se vistió, procurando que su pelaje estuviese perfectamente peinado. Era el segundo día de escuela y el nerviosismo había desaparecido casi por completo.

Bajó balanceando su larga cola roja por los escalones y se sentó a desayunar en la mesa, donde su padre bebía una taza de café mientras leía el Daily Charlotte, el periódico local.

-Buenos días, pá -dijo Andrew mientras se estiraba para alcanzar el cereal de la alacena.

-Hola, hijo buenos días -contestó su padre sin apartar los ojos del periódico.

Su padre era un zorro fornido. En su época de estudiante había sido defensa en el equipo de football del Instituto, lo cual era raro, pues las posiciones defensivas estaban reservadas a animales más grandes, como toros, venados y leones. Sin embargo él logró ser el mejor de la línea defensiva, logrando una docena de tackleadas al quarterback en una sola temporada. Aun conservaba las fotos de su época de jugador, con el uniforme negro y púrpura, el casco en la garra derecha mientras se despedía de sus compañeros luego de haber ganado las estatales por tercera vez consecutiva. En la foto, la cual estaba sobre la mesa de cristal de la sala, su padre tenía una sonrisa que cruzaba su rostro, pintado con negro bajos los brillantes ojos; las orejas las tenía completamente levantadas y su pelaje era tan rojo como el de su hijo en aquel momento.

Sin embargo, poco quedaba de ese zorro plasmado en la fotografía. Andrew no recordaba haberlo visto tan feliz como en ella, ni que su pelaje fuera del mismo color del suyo, habíaa sido rojo, sí, en algún momento de su niñez, pero él lo recordaba siempre un poco opaco y, últimamente, canoso, con el hocico blanco y las puntas negras de las orejas repletas de finos pincelazos color nube.

Atribuía ese... cansancio, a que él nunca había sentido inclinación por los deportes. Había intentado entrar al equipo de soccer y luego pensó en ingresar al equipo de basquetbol, cuando sentía por Jerry más que admiración, sin embargo no le apasionaba nada de ese mundo, donde para él, las reglas eran demasiado confusas, el sol abrazador y los jugadores agresivos.

Se decía que él no tenía que cumplir los sueños de su padre ni tenía por qué personificar un personaje que no era para complacerlo, pero aun así, aun después de decirse que no había nada malo en él, la culpa quedaba, como los rastros de una gota de lluvia que se arrastra por el cristal.

-Pensé que ya te habías ido, es un poco tarde para ir a trabajar, ¿no? -preguntó Andrew mientras revolvía los Cheerios con la leche.

-Aun estoy a tiempo, además estoy harto de irme antes de que amanezca. Por cierto ¿cómo te fue en el primer día de escuela? -preguntó luego de darle un sorbo a su humeante taza de café-. Me dijo tu madre que aun no te decides por alguna licenciatura.

-¿Eso te dijo? Pensé que estaban enojados -contestó Andrew para desviar la atención de sí.

-Hum -encogió los hombros-, en un momento está enojado, en otro feliz, otro te quiere asesinar y luego está horneando un pastel para todos. Yo ya me di por vencido -decía con tal soltura que Andrew quizo recordarle que él era su hijo y que le dolía que hablara así de su madre, pero, en realidad, era algo que él ya sabía y que sabía desde hacía mucho tiempo.

BORDERWhere stories live. Discover now