He Is

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Todos los días Jerry se despertaba a las cinco en punto: de lunes a viernes para salir a correr y ejercitarse con las pesas que tenía en el garaje de su casa, hechas con dos bloques de cemento y una larga barra de acero; los fines de semana, por los entrenamientos o partidos del equipo de basquetbol. Y es que sin importar que tan malas notas tuviera, el basquetbol lo sacaría adelante. En ningún lugar se sentía tan cómodo como en la duela, donde sus ojos se movían como la pelota del pinball, buscando entradas y salidas, tiros y pases. Gracias al basquetbol se había convertido en alguien en la escuela, y a los diecisiete, la escuela es el universo entero. Había ganado respeto, amigos, seguridad y admiración, razones suficientes para sacrificar horas de sueño y correr bajo la lluvia matutina de Middletown.

Sus patas lanzaban hacia atrás el agua mientras pasaba frente a las tiendas cerradas del centro de la ciudad, con sus letreros recogidos y sus focos apagados. Su aliento creaba nubes de vapor en el ambiente húmedo y frío. Corrió frente a la escuela, a la que tendría que volver en unas pocas horas, donde no se avistaba una sola alma, y esa era una de las cosas que más le gustaba a Jerry de correr a tan tempranas horas, y es que parecía que Middletown, que la ciudad entera, que el mundo era suyo.

Dio vuelta en el parque Lincoln y volvió cuando el sol apenas comenzaba a alzarse, con parsimoniosa lentitud, detrás de Black Rock, como si fuera un astro tímido, como si le atemorizara apagarse con la incesante lluvia de Middletown.

Después de varios minutos, llegó hasta el cine Lantern. Detuvo su correr y miró la enorme estructura. Aquel cine era un recuerdo del pasado, con las enormes marquesinas y su estilo art deco recordaba a los cines californianos de los años cuarenta, a esos cines que salían en las películas de gangsters que su padre siempre miraba en la televisión, todo el día, todo el tiempo.

Inhalo el aire congelado de la mañana, lo retuvo en los pulmones y luego lo expiró lentamente, saboreando el sabor a lluvia que traía consigo.

"Que bonito edificio", fue lo único que pensó. Un pensamiento tan auténtico como árido, sin mayor profundidad que los charcos formados en el pavimento a su alrededor.

Jerry se secó la lluvia mezclada con el sudor y siguió corriendo calle abajo, ganándole al sol en el amanecer.

***

Tomó una ducha caliente en el diminuto baño de su casa. Era una pequeña estructura de madera de 45 metros cuadrados en la que vivían su padre y él en los límites de Middletown, donde más allá se levantaba el bosque y los campos de siembra. Tenían diversas fallas aquel lugar, el principal era que se ubicaba al abrigo de una hilera de pinos, los cuales pensó su padre al momento de comprarla que servirían de abrigo contra la nieve en invierno, sin contar que la nieve se convierte en agua, así como la lluvia, lo que provocaba que las tejas se pudrieran al llegar la primavera. Otro defecto es que estaba ubicada cerca de uno de los lagos que alimentaban el servicio de agua de Middletown, y si bien la vista del agua -aperlada y llena de brillo por los rayos del sol-, los mosquitos la opacaban casi por completo, pues grandes hordas se colaban por las puertas chuecas de la casa, atormentado a Jerry hasta el hartazgo total.

En fin, la casa no era la mas hermosa de Middletown y tenía muchas averías, pero lo que más sacaba de quicio a Jerry era ese jodido baño. Sus astas chocaban contra la cortina, contra los azulejos de la pared, contra la regadera y, cada que giraba para enjuagarse la espalda, tiraba las botellas de champú y los jabones. Era algo a lo que, simplemente, no podía acostumbrarse.

Después recoger la cortina que tiró al momento de salir y dejarla recargada contra el escusado, tomó una toalla, se la ató alrededor de la cintura y fue a su habitación. Adoraba sentir el vapor calentando su pelaje, llevándose el frío de sus huesos.

BORDERWhere stories live. Discover now