That's My Nature

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-Perdón, mamá, no escuché el teléfono, de verdad. No era que no te quisiera contestar; sabes que siempre te contesto.

-Me importa un carajo, Andrew, yo soy la que te compró el celular y si lo hice fue para que me contestaras a mí y no a tus amiguitos con los que te la pasas hablando -dijo su madre mientras caminaba a paso veloz hacia el automóvil, bajo la lluvia que comenzaba a descender sobre Middletown-, y si quiero, te lo quito, ¿me entendiste?

-Sí, mamá.

Andrew iba olvidando paso a paso al coyote, pues el miedo a su madre enojada era mucho mas grande que la felicidad de una coincidencia. Sabía que se había molestado por algo que su padre había hecho o dejado de hacer, algo recurrente desde que Andrew podía recordar. En su opinión había parejas que se juntaron sólo por no permanecer solas, por costumbre o porque pensaron que con el paso de los días llegaría el amor por la otra persona acostada en el mismo colchón y que, con cada amanecer, comenzaban a darse cuenta que habían entrado e un callejón sin salida. Con todo el dolor del mundo, y juntando las piezas del matrimonio de sus padres, sabía que ellos estaban dentro de ese grupo de personas y que él solamente era pegamento que los mantenía juntos. Una clase de ancla que los sujetaba al suelo, impidiéndoles votar hacia sus destinos.

Detestaba ese sentimiento.

Llegaron al coche y su madre lo encendió inmediatamente. Andrew todavía no cerraba la puerta, cuando ella ya lo había puesto en marcha y, a una velocidad incómodamente rápida, salió del estacionamiento.

Una liebre que conducía una camioneta frenó haciendo rechinar sus llantas cuando ella se incorporó a la calle, tocándole el claxon. Andrew escuchó los gritos e insultos que propinaba mientras él y su madre se alejaban. Así que pegó las orejas negras a su cabeza y enrolló su cola alrededor de las patas, una conducta que repetía siempre que se sentía inseguro o con miedo y de la cual nunca se había percatado.

Su madre, infringiendo el reglamento de tránsito, tomó el celular de su bolsa, o intentó hacerlo, errando varios intento.

-¡Joder! ¿Dónde carajos está esa porquería? -bramó, desviando los ojos del frente y buscando el teléfono en su bolsa.

Andrew se encogió sobre si mismo. Estaban por incorporarse a una de las avenidas principales de Middletown, donde había más tráfico que en el resto de la ciudad. Temía además que se encontraran con algún oficial de tránsito; no por el oficial per sé, sino porque la multa sólo conseguiría enfurecer más a su madre, quien buscaría, como acostumbraba, a buscar una víctima en quien descargar su enojo, la cual la mayoría de las veces, era Andrew.

-Aquí está -dijo ella al fin. Desbloqueó la pantalla y marcó varias teclas. Andrew la miraba de reojo, sin decir nada, pues de lo contrario, ella tomaría cualquier movimiento como un insulto personal y la mecha se acortaría hasta estallar-. A ver a que hora me contestas, imbécil. Igual que hijo, contestan a la hora que se les da la gana hacerlo... Me importa un carajo, William, eres un mentiroso y un embustero, así que no me des explicaciones porque no te voy a creer... dijiste que ibas a hacer la transferencia en la mañana, acabo de ir al banco y me dijeron que van a cobrarme los intereses de los últimos tres meses porque no hay fondos, ¿eso no es mentir? ¿eh? ¡Contéstame!... No me importa si el cliente te pagó o no, eres un mentiroso, no te voy a creer nada nunca más porque a ti, te importamos una mierda tu hijo y yo... Si querías tener una familia, primero debías plantearte la pregunta sobre si eras o no responsable, porque claramente NO LO ERES... irresponsable.

Colgó y aventó el teléfono a la parte trasera de automóvil. Andrew permaneció como estatua, sin moverse un sólo milímetro, apenas respirando. Tenía los ojos fijos en un punto en el horizonte, ahí donde la calle Main se vuelve Steinbeck, y tuerce de este a oeste, rodeando la presa y el bosque que la rodea. No lloraba, ya no lo hacía, o por lo menos no por esos motivos. Dejó de hacerlo cuando tuvo doce, pues las peleas eran tan recurrentes como las amenazas de divorcio, sin que ni las primeras ni las segundas se cumplieran jamás. Eso sólo aumentaba el sufrimiento de Andrew, quien veía aquel tira y afloja de peleas como una bandita sobre una herida, que se jala poco a poco, muy lentamente, alargando un dolor incómodo hasta convertirse en insoportable en lugar de solo acabar de tajo.

BORDERWhere stories live. Discover now