Prequelle

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Aquel lunes Andrew sintió como si el ambiente estuviera cargado de ruido, de una nube gris de estática que lo seguía a donde fuera y la que dejó de escuchar solamente al irse a dormir. No se había percatado de ella hasta ese momento, pero esa molesta sensación lo había dejado agotado, inquieto y nervioso, como si acabara de salir de una trinchera llena de lodo. Por eso, lo primero que hizo al llegar a casa fue tomar un baño . Dejó que el agua se resbalara por su pelaje, envolviéndolo en un vapor agradable y reconfortante, que poco a poco empujaba el estrés fuera de su cuerpo, sin embargo nunca lograba hacerlo del todo.

No se pasó ningún jabón ni tampoco se lavó los colmillos, sólo quería sentir esa sensación de calma que provocaba el baño, ese abrazo cálido que no dependía de alguien más, quería sentirte reconfortado en soledad. Pero a pesar de querer contenerse, de tratar de desviar sus pensamientos, todo regresaba a ese día, a ese día que nada le había agradado, su mente, como un imán, corría tras Alex. No pudo evitarlo por mucho tiempo, y pronto sus lágrimas se fundieron con las gotas de agua que caían de la regadera, uniéndose y perdiéndose entre sí. Aun estando solo, se avergonzaba de verse llorar.

Luego de veinte minutos, o de seis canciones de Laika, que era como Andrew contaba el tiempo, salió y se secó con una toalla. Limpió el espejo empañado y se miró en él. Su cuerpo, menudo y delgado, sus colmillos blancos y sus orejas negras, las garras delicadamente cortadas y los ojos con finas líneas azules decorando el iris.

No se consideraba un zorro feo y eso era el problema. Si fuera feo, quizás entendería por qué nadie se fijaba en él, porque el resto del mundo le daba la espalda. Sin embargo no tenía ese consuelo, no podía refugiarse más que en sospechas que él mismo imaginaba, cada una más triste que la anterior. Se flagelaba pensando en qué estaba haciendo mal: su apariencia, su modo de vestir, su modo de comportarse, y más de una vez había intentado cambiar esos aspectos de su vida para ser visible, para no sentirse un fantasma en la vida. Al principio lo hizo sintiendo que se traicionaba a sí mismo, pero ese sentimiento fue sucumbiendo poco a poco, conforme pasaban los años, bajo la desesperación de sentir que jamás tendría amigos de verdad, que jamás conocería a alguien especial, que sería alguien invisible toda la escuela y luego...

Ese vacío lo aterraba. Sentía el corazón apretado, los brazos cansados, la habitación demasiado pequeña.

Toco con la garra, negra como obsidiana, el cristal del espejo y la deslizó por el reflejo de su cuerpo, deseando ser alguien más, dormir y despertar en otra época, en otro lugar, sin tener sus inseguridad ni sus mismos ojos con los que se miraba en ese momento, nacer donde el corazón no le pesara y donde se pudiera sentir... feliz. Feliz siendo él mismo. Donde la gente que lo rodeara fuera otra, donde sus padres fueran otros.

Arañó el cristal y se llevó la pata a los ojos. Aquello era imposible. Al día siguiente despertaría siendo él, y así sería el día siguiente y al siguiente y al siguiente, hasta morir, como si pagara la cadena perpetua de un crimen que jamás cometió, uno que le pesaba en la espalda todo el tiempo, todos los días, y que con Alex pensaba que podía olvidar.

Se tranquilizó y se dijo, como tantas veces lo había hecho "no tienes motivos para llorar, estás haciendo drama, sé hombre por una puta vez en tu vida" y se limpió las lágrimas con el dorso de la pata. Se levantó y, aspirando fuerte, como si saliera al combate, cruzó el pasillo hacia su cuarto.

Aquel día había iniciado mal y lo único que podía hacer era irse a dormir para que se acabara pronto.

Andrew solía ser supersticioso y cuando algo salía mal, sentía que eso sería el comienzo de una cadena de eventos desagradables, y aunque no lo fuera, el nerviosismo hacía que el día no fuera agradable de cualquier manera.

BORDERWhere stories live. Discover now