Breathing

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Estar en casa de sus tíos -Alfredo y Tessa-, era lo más cercano que tenía de casa, lo cual era bastante. Había tenido una buena relación con ellos desde cachorro hasta que ellos se mudaron a Estados Unidos a causa del trabajo de su tío. Era su pequeño pedazo de México en un país completamente desconocido. Nunca olvidaría la sensación de soledad que le azotó al momento de salir del aeropuerto y saber que sin importar cuantos giros diera por la ciudad, no encontraría nada ni nadie familiar. Era un completo extraño y nadie iba a preocuparse por él. Pero cuando vio a sus tíos en una esquina del aeropuerto sosteniendo una pancarta y sonriendo mientras le hacían señas, su corazón se expandió y de nuevo comenzó a latir.

Pero sin importar cuantas quesadillas hiciera su tía, cuantos programas viera en español, cuanto hablara de México y cuantas tiendas mexicanas visitara, aquel lugar no dejaba de sentirse ajeno, extraño, como una persona que apenas conoces que te trata de manera cordial por educación, pero que no tiene el más mínimo interés en conocerte de verdad.

El idioma no era gran problema para Alex, había estudiado inglés casi toda su vida y era algo que le gusta practicar, pero aun así nunca terminaba de sentirse satisfecho con sus oraciones. Era como si repitiera las que escuchaba en las películas o en las series y muchas veces se llegó a sentir en una de ellas, como el día que se inscribió a la escuela.

-Por lo que hemos sabido, los chicos hacen sus trámites solos. No debe ser difícil, me dijiste que traes todos tus documentos, ¿cierto? -le preguntó su tía mientras preparaba el café aquella mañana. Le tetera eléctrica inundó de vapor el dripper. Poco a poco gotas doradas comenzaron a caer en la cafetera, y con ellas un aroma delicioso llenó la habitación.

-Sí, o bueno, traje todo lo que supuse que me iban a pedir. Los papeles de la embajada e identificaciones. Todo lo que mis padres vieron en la página de internet.

-Usualmente los trámites son más sencillos aquí, no son tan rígidos como en México -continúo ella mientras revolvía los granos de café en el agua caliente. El sol que entraba por la ventana le bañaba el rostro-, pero uno nunca sabe. A veces te topas con cada animal... ¿gustas una taza? -le tendió a Alex la taza de café y repitió el proceso-. Si gustas puedo acompañarte para hacer todo lo que sea necesario para la inscripción, incluso tu tío puede ayudarte, ¿no, Alf?

-Sí, sin problema Alex, cualquier cosa que necesites. Es muy intimidante llegar a un lugar nuevo, sin conocer nada ni a nadie y hacer todo este tipo de cosas -estaba terminando de lavar los platos con la camisa remangada. Se secó las patas en la toalla junto a la estufa y se ciñó el cinturón a la muñeca-. Por eso no tienes nada de qué preocuparte.

-Muchas gracias a los dos. De verdad apreció lo que han hecho por mí. Voy a intentar hacerlo solo, al final tendré que acostumbrarme a hacer muchas cosas solo. No quiero interrumpir con su rutina aquí ni ser una preocupación más para ustedes.

-Oh, para nada Alex, me siento feliz de que vengas, eres nuestro pedacito de familia aquí -su tía terminó de hacer su taza de café y la sostuvo con ambas patas-. Pero creo que es una buena decisión, no queremos avergonzarte frente a las personas que serán tus nuevos amigos. Que dirían si te ven con un par de viejos como nosotros.

-Pero si apenas tienen los treinta, que cosas dices -sonrió Alex.

-Pues para los chicos de tu edad eso ya es una vida completa -su tío consultó su reloj y se acomodó el cuello de la camisa-. Bueno, tengo que irme. Nos vemos para la cena, chicos. Y Alex, en serio, cualquier cosa que necesites puedes contar con nosotros -le dio la pata y en ella dejó un billete de veinte dólares. Antes de Alex pudiera detenerlo, él ya estaba saliendo de la casa.

BORDERWhere stories live. Discover now