—Llueve tanto que no puedo salig y todo el mundo está tan enfadado que no quieguen jugag conmigo —contestó Maud a Polly cuando esta se la encontró lamentándose en las escaleras y le preguntó por la causa de sus penas.
—Ya jugaré yo contigo, pero no grites. Despertarás a tu madre. ¿A qué quieres jugar?
—No lo sé, todo me abugue. Todos mis juguetes están gotos y todas mis muñecas enfegmas salvo Claga —se quejaba Maud, zarandeando la muñeca de París de una pierna, sosteniéndola boca abajo, del modo menos maternal.
—Voy a vestir una muñequita para mi hermana pequeña. ¿Te gustaría ver cómo lo hago? —le preguntó Polly, tratando de persuadirla, con la esperanza de distraer a la niña que refunfuñaba y acabar así su trabajo a la vez.
—No debeguía, porque estagá más guapa que mi Claga. No puedo sacagle la gopa y Tom las estgopeó jugando con ella como si fuega una pelota en el patio.
—¿Y no te gustaría sacarle esas ropas y dejar que te enseñe a hacer ropa nueva, para que puedas vestir y desvestir a Clara cuantas veces quieras?
—Sí, me encantaguía cogtag. —Y la cara de Maud se iluminó, ya que la destrucción es una de las características más tempranas de la infancia y rasgar era uno de los pasatiempos favoritos de Maud.
Así que, sentadas en el salón, ahora desierto, las niñas se dispusieron a trabajar y, para cuando Fanny las encontró, Maud se estaba riendo a carcajadas de la pobre Clara que, sin sus adornos, estaba haciendo toda clase de piruetas de manos de su jovial y pequeña dueña.
—Creía que te daría vergüenza jugar con muñecas, Polly. Hace mucho que no toco ni una —dijo Fanny, mirándola con aire de superioridad.
—No me da vergüenza porque hace feliz a Maud y a mi hermana Kitty le gustará. Además, creo que coser es mejor que «disfrazarse» o leer novelas tontas —dijo Polly sin dejar de coser con aire decidido. Ella y Fanny habían tenido una pequeña discusión porque Polly no había dejado que Fanny la peinara como a «las otras chicas» ni que le hiciera agujeros en las orejas.
—No te enfades, querida, pero ven y hagamos algo, hoy me aburro mucho —dijo Fanny, ansiosa porque volvieran a ser amigas de nuevo, ya que sin Polly era el doble de aburrido.
—No puedo, estoy ocupada.
—Siempre estás ocupada. No había conocido nunca a una chica así. ¿Cómo te las ingenias para tener siempre algo que hacer? —le preguntó Fanny, observando con interés la ropa de merino rojo con que Polly estaba vistiendo a la muñeca.
—Muchas cosas, pero a veces también me gusta holgazanear tanto como a ti, quedarme tumbada en el sofá y leer cuentos de hadas o no pensar en nada. ¿Le pondrías un delantal de muselina blanco o de seda negra?
—Muselina, con bolsillos y lacitos azules. Te enseñaré cómo. Y, olvidándose de su desdén por las muñecas, Fanny se sentó junto a ellas y pronto se quedó tan absorta como las otras dos.
Después de aquello, el día gris se iluminó y el tiempo pasó agradablemente a medida que las lenguas y las agujas avanzaban. La abuela sonrió al ver a un grupo tan hacendoso, y les dijo:
—Seguid cosiendo, queridas, las muñecas son buenas compañeras y la costura una tarea que lamentablemente hoy en día se ha perdido. Haz las puntadas más cortas, Maud; hermosos ojales, Fan; corta con cuidado, Polly, y no malgastes la tela. Esforzaos y a la mejor costurera le daré un pedazo de satén blanco para que lo use como sombrero de su muñeca.
Fanny fue la que mejor lo hizo y ganó el premio, pues Polly descuidó su trabajo al ayudar a Maud. Pero no le importó demasiado, pues el señor Shaw, al ver los tres rostros tan iluminados sentados a la mesa, dijo:
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Una muchacha anticuada
RomanceUna muchacha anticuada, por Louisa May Alcott © 1870 «La vida de Polly Milton experimenta un cambio radical cuando abandona el ambiente rural en el que ha crecido para pasar una temporada con unos amigos en la ciudad. Su inocencia y sus sencillas co...