—Esta mañana voy a la escuela, de modo que levántate y ve preparándote —dijo Fanny uno o dos días después al abandonar la mesa de un desayuno tardío.
—Estás muy guapa. ¿Qué tienes que hacer? —le preguntó Polly, siguiéndola hasta el vestíbulo.
—Acicalarse durante media hora y ponerse postizos —contestó el irreverente Tom, cuya preparación para ir a la escuela consistía en calarse la gorra y atar unos cuantos libros voluminosos que tenían el aspecto de ser empleados, en ocasiones, como armas de defensa.
—¿Qué son postizos? —inquirió Polly mientras Fanny marchaba al frente sin dignarse a contestar.
—El cabello de alguien colocado sobre la cabeza de quien no le corresponde —contestó Tom mientras se marchaba, silbando con aire de sublime indiferencia ante el estado de su «rizada cabezota».
—¿Por qué tienes que vestirte de un modo tan elegante para ir a la escuela? —le preguntó Polly mientras observaba cómo Fan se arreglaba los ricitos del flequillo y se recolocaba los diversos lazos y festones de su vestido.
—Todas las chicas lo hacen y es lo apropiado. Nunca sabes a quién vas a encontrarte. Después de clase saldremos a pasear, así que me gustaría que llevaras tu mejor sombrero y tu mejor bolso —le contestó Fanny mientras trataba de colocarse el sombrero en un ángulo que desafiaba las leyes de la gravedad.
—Claro, si crees que este no es lo suficientemente bonito. Prefiero el otro porque lleva una pluma, pero este me abriga más, así que lo llevaré cada día. —Y Polly también se dirigió a su habitación a acicalarse, temiendo que su amiga pudiera avergonzarse de su sencillo vestido.
—¿No tendrás frío en las manos con esos guantes tan finos? —le dijo mientras caminaban por la calle nevada, acompañadas del gélido viento que les congelaba el rostro.
—Sí, un frío espantoso, pero mi manguito es tan grande que no pienso ponérmelo. Mamá no quiere estrecharlo y el armiño lo reservo para las mejores ocasiones —dijo Fanny acariciando sus pequeños guantes.
—Supongo que mi ardilla gris también es demasiado grande, pero es muy agradable y calentita, y tú también puedes calentarte las manos con ella si quieres —le dijo Polly, examinando sus nuevos guantes de lana con aire de poca satisfacción pese a haberlos considerado muy elegantes.
—Tal vez lo haga. Venga Polly, no seas tímida. Solo te voy a presentar a dos o tres chicas y no tienes que preocuparte lo más mínimo por el anciano Monsieur, ni leer si no te apetece. Estaremos en la antesala, así que solo verás a una docena y estarán tan ocupadas que no te prestarán ninguna atención.
—Creo que no leeré, solo me sentaré a mirar. Me gusta observar a la gente. Aquí todo es tan nuevo y tan raro...
Pero Polly se sintió y se mostró muy tímida al entrar en una clase llena de señoritas, tal y como Polly las consideraba, ya que todas iban muy arregladas, hablaban entre ellas y se giraron para examinar a la recién llegada con una mirada fría que parecía estar tan de moda como los monóculos. Asintieron afables cuando Fanny la presentó, dijeron algo correcto y le hicieron un hueco en la mesa donde estaban sentadas esperando a Monsieur. Algunas de las chicas más atrevidas estaban imitando los pasos de baile de la Danza Griega, otras estaban concentradas leyendo unas notitas, casi todas comían dulces y las doce al completo parloteaban como cotorras. En cuanto le administraron amablemente una cantidad de caramelos, Polly se sentó, observando y escuchando, sintiéndose muy joven y pueblerina entre aquellas señoritas tan elegantes.
—Chicas, ¿sabéis que Carrie se ha ido al extranjero? Había tantas habladurías que su padre no pudo soportarlo y se llevó a toda la familia. ¿No es genial? —dijo una vivaracha damisela que acababa de entrar.
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Una muchacha anticuada
RomanceUna muchacha anticuada, por Louisa May Alcott © 1870 «La vida de Polly Milton experimenta un cambio radical cuando abandona el ambiente rural en el que ha crecido para pasar una temporada con unos amigos en la ciudad. Su inocencia y sus sencillas co...