—Tengo muchas ganas de pasármelo bien —se dijo Polly una mañana al abrir la ventana. La luz del sol y el aire helado le hicieron bullir la sangre y le encendieron el rostro con lozanía, salud y espíritu renovado—. Necesito ir a algún sitio y divertirme. No puedo seguir así por más tiempo. ¿Qué podría hacer? —Dio de comer algunas migas de pan a las palomas, como hacia todas las mañanas, y, mientras observaba sus brillantes cuellos y rosadas patas, se devanó los sesos trazando algún plan novedoso y agradable para pasar el día, pues hacía tanto tiempo que controlaba sus deseos que estos se encontraban al borde de la efervescencia.
—Iré a la ópera —anunció súbitamente a las palomas—. Sé que es caro, pero es tan hermosa, y la música es algo muy importante para mí. Sí, compraré dos entradas baratas, enviaré una nota a Will, pues el pobre chico necesita pasárselo bien tanto como yo, y asistiremos a la ópera desde algún rincón del teatro, como suelen hacer Charles Lamb y su hermana.
Tras tomar aquella resolución, Polly volvió a cerrar la ventana, para consternación de sus pequeños y afables huéspedes, y recorrió la casa con gran energía, cantando y hablando en voz alta como si no pudiera contenerse.
Empezó temprano su primera lección para tener tiempo de comprar las entradas, con la esperanza, al poner cinco dólares en el monedero, de que no resultaran demasiado caras, pues sabía que no se encontraba en la mejor disposición para resistir tentación alguna. Sin embargo, no tuvo que realizar ningún desembolso, ya que, cuando llegó a las taquillas del teatro, estas se encontraban bloqueadas por otros ansiosos compradores y, por los rostros decepcionados que reconoció en estos, supo que no había esperanzas de conseguir una.
—No importa, iré a otra parte a divertirme —dijo con gran determinación, pues la decepción solo sirvió para estimular sus deseos.
No obstante, el programa de espectáculos no le ofreció nada interesante y se vio obligada a seguir con su trabajo mientras el dinero le ardía en el monedero y su mente no dejaba de trazar alocados planes. Al mediodía, en lugar de ir a comer a casa, salió a tomarse un helado, intentando encontrar la alegría y la diversión por su cuenta. Sin embargo, el intento terminó en fracaso, y tras recorrer las tiendas de retratos, se encaminó a dar la clase de piano a Maud convencida de las dificultades de saciar sus deseos al ser una simple profesora de música.
Afortunadamente, no tuvo que recrearse mucho en su sufrimiento, pues lo primero que le dijo Fanny al verla fue:
—¿Puedes ir?
—¿Adónde?
—¿No recibiste mi nota?
—No he comido en casa.
—Tom quiere que vayamos con él esta noche a la ópera y... —Fan no pudo continuar, pues Polly lanzó una exclamación de éxtasis mientras le cogía las manos.
—¿A la ópera? Por supuesto que iré. Llevo todo el día pensando en lo mismo. Me he pasado la mañana intentando comprar las entradas pero no lo he conseguido, y desde entonces me sale humo de la cabeza de tanto pensar en lo que podría hacer, y ahora... ¡oh, es maravilloso! —Y Polly no pudo contenerse y dio un saltito de alegría, pues en pocas ocasiones era la protagonista de semejante dicha.
—Muy bien, ven a la hora del té y nos vestiremos juntas. Después acudiremos con Tom, quien hoy está en una excelente disposición.
—Pero tengo que ir a casa a por mis cosas —dijo Polly, y en aquel mismo instante decidió que se compraría los guantes más hermosos que encontrara en la ciudad.
—Puedes ponerte mi capa blanca y cualquier otra cosa que desees. A Tommy le gusta que sus damas sean dignas de él —dijo Fanny antes de retirarse para descansar un rato.
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Una muchacha anticuada
RomanceUna muchacha anticuada, por Louisa May Alcott © 1870 «La vida de Polly Milton experimenta un cambio radical cuando abandona el ambiente rural en el que ha crecido para pasar una temporada con unos amigos en la ciudad. Su inocencia y sus sencillas co...