6- La abuela

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—¿Dónde está Polly? —preguntó Fan una tarde que nevaba al entrar en el comedor, donde Tom reposaba en el sofá con las botas sobre la mesa, absorto en uno de aquellos deliciosos libros en los cuales los chicos naufragan en islas desiertas, donde toda fruta, vegetal y flor se encuentra en perfecta disposición todo el año, o se pierden en bosques sin fin donde los jóvenes héroes tienen aventuras emocionantes, matan bestias imposibles y, cuando la inventiva del escritor así lo permite, encuentran inesperadamente el camino a casa cargados con pieles de tigre, mansos búfalos y otros satisfactorios trofeos fruto de su destreza.

—No lo sé —fue la breve respuesta de Tom, dado que en aquel momento estaba huyendo de un caimán de gran tamaño.

—Deja ese estúpido libro y hagamos algo —dijo Fanny tras un lánguido paseo por la habitación.

—¡Eh, lo han cogido! —fue la única respuesta del absorto lector.

—¿Dónde está Polly? —preguntó Maud, uniéndose al grupo con las manos llenas de muñecas de papel necesitadas de vestidos de baile.

—Dejadme en paz y no me molestéis —gritó Tom, exasperado por la interrupción.

—Entonces dinos dónde está. Estoy segura de que lo sabes, porque hace poco estaba aquí —dijo Fanny.

—Tal vez en la habitación de la abuela.

—¡Provocador! Lo sabías todo el rato y no nos lo has dicho para mortificarnos —le reprendió Maud.

Pero Tom estaba ahora bajo el agua, arremetiendo contra el caimán, y no se percató de la indignada marcha de las muchachas.

—Polly se pasa el día metiendo la nariz en la habitación de la abuela. No entiendo qué puede haber tan divertido allí —dijo Fanny mientras subían las escaleras.

—Polly es una niña muy rara, y la abuela la mima mucho más que a mí —indicó Maud con aire ofendido.

—Echemos un vistazo y veamos qué están haciendo —susurró Fan deteniéndose frente a la puerta entreabierta.

La abuela estaba sentada frente a un viejo y pintoresco armario, las puertas del cual permanecían completamente abiertas, revelando las descoloridas reliquias que atesoraba. Polly estaba sentada en un taburete a los pies de la anciana, mirando hacia arriba con semblante concentrado y ojos ansiosos, completamente absorta en la historia de un zapato de tacón con brocados que yacía en su regazo.

—Bueno, querida —estaba diciendo la abuela—, lo adquirió el mismo día que el tío Joe llegó mientras trabajaba y le dijo, «Dolly, debemos casarnos de inmediato». «Muy bien, Joe», dijo la tía Dolly, y después bajó al salón, donde la esperaba el ministro. No dejó de retocar el vestido que llevaba y, de hecho, se casó con las tijeras y el cojín en el bolsillo y el dedal en el dedo. Estaban en tiempo de guerra, era 1812, querida, de modo que el tío Joe estaba en el ejército y tenía que irse, pero se llevó aquel pequeño cojín con él. Aquí está, con la marca de la bala y todo, pues siempre dijo que este objeto de su Dolly le salvó la vida.

—¡Qué interesante! —gritó Polly examinando el descolorido cojín con el agujero.

—Abuela, ¿por qué nunca me has contado esa historia? —dijo Fanny entrando en la habitación al considerar aquello una agradable perspectiva para una tarde tormentosa.

—Nunca me has pedido que te cuente nada, querida, de modo que guardé mis historias para mí —respondió la abuela tranquilamente.

—Cuéntanos alguna ahora, por favor. ¿Podemos quedarnos y ver las cosas curiosas? —dijeron Fan y Maud observando con interés el armario abierto.

Una muchacha anticuadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora