13- Los días soleados

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—He ganado la apuesta, Tom.

—No sabía que hubiéramos hecho una.

—¿No recuerdas que dijiste que Polly se cansaría de la enseñanza y que lo dejaría al cabo de tres meses y que yo dije que no lo haría?

—Bueno, ¿y no es así?

—En absoluto. En cierto momento lo creí, y cada día esperaba verla llegar con la cara larga y decir que no podía soportarlo más. Pero, no sé bien por qué, últimamente siempre está contenta y feliz, parece disfrutar con su trabajo y no tiene la expresión abatida y preocupada que solía tener. Ya han pasado tres meses, así que págame, Tom.

—Muy bien, ¿qué deseas?

—Podrían ser unos guantes. Siempre necesito unos y papá se pone de mal humor cuando le pido dinero.

Se produjo una pausa mientras Fan reanudaba su práctica de piano y Tom se sumía en profundas reflexiones, sentado a horcajadas en una silla y con la barbilla apoyada sobre los brazos.

—Tengo la impresión de que Polly ya no viene tan a menudo como antes —dijo poco después.

—No, parece ser que está muy ocupada. Creo que tiene nuevas amistades: ancianas, costureras y gente de ese tipo. La echo de menos, pero estoy segura de que se cansará de ser tan bondadosa y regresará a mí dentro de poco.

—No estés tan segura de eso, señorita. —Algo en el tono de Tom hizo que Fan se diera la vuelta y le preguntara:

—¿A qué te refieres?

—Bueno, sospecho que Sydney es una de esas nuevas amistades. ¿No te has dado cuenta de que está inusualmente alegre? ¿No sería esa una buena explicación?

—¡Tonterías!

—Confío en que lo sean —contestó Tom con frialdad.

—¿Cómo has llegado a esa conclusión? —preguntó Fanny, volviéndose nuevamente para ocultar su rostro.

—Oh, pues porque no hago más que encontrarme con Syd y Polly en los mismos lugares. Ella parece haber encontrado algo excepcionalmente bueno, y el aspecto de él parece sugerir que toda la creación está adoptando rápidamente el rostro de Polly. Me asombra que no te hayas dado cuenta.

—Lo he hecho.

Ahora fue Tom quien parecía sorprendido, ya que reconoció algo extraño en la voz de Fanny. La observó fijamente durante un minuto, pero solo percibió una oreja sonrosada y una cabeza inclinada. Una sombra nubló su rostro y volvió a apoyar la barbilla sobre las manos al tiempo que emitía un silbido de abatimiento y se decía a sí mismo:

—¡Pobre Fan! Ambos nos encontramos en la misma situación.

—¿No te parece que sería maravilloso? —preguntó Fanny tras fallar uno o dos acordes.

—Sí, para Syd.

—¿Y para Polly no? ¿Por qué? Syd es rico, inteligente y mejor que cualquiera de tus inútiles compañeros. ¿Qué otra cosa puede desear una chica?

—No lo sé, pero no creo que hagan una buena pareja.

—No seas como el perro del hortelano, Tom.

—Agradezco tus intenciones, pero solo tengo un interés fraternal en Polly. Es una chica en mayúsculas y debería casarse con un misionero o con uno de esos reformistas tuyos y convertirse en una especie de luz cegadora. No creo que le gustara mucho llegar a ser una simple dama.

—Yo creo que sí le gustaría, y espero que tenga la oportunidad —dijo Fanny, quien resultaba evidente que debía esforzarse para hablar con cordialidad.

Una muchacha anticuadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora