9. Un libro muy hablador

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Era tarde esa noche. María moría de sueño. Su examen de Cálculo Avanzado era al día siguiente y no se sentía preparada para ello, en realidad no se sentía preparada para nada. A esa clase se metió solo porque todos le decían que era buenísima en Matemáticas, y con toda la razón, pues estaba estudiado una carrera de Ingeniería.

     Su teléfono reposaba sobre el escritorio a un lado de sus apuntes. No podía dejar de mirarlo y de pensar en la pelea que había tenido con Santiago, su "perfecto" novio, hacía apenas unas horas." A veces se comporta como un patán", decía María, "pero es un buen chico", se repetía.

     En fin, los párpados le pesaban, la espalda se le engarrotaba, y parecía que no podía agregar más información a su cerebro frito. "Voy a verme terrible mañana", decía, "las ojeras y estos ojos rojos se me van a notar y todos me van a preguntar qué ha pasado". Santiago llegaba a decir cosas muy hirientes cuando no se hacía su santa voluntad, pero fue particularmente egoísta cuando lo llamó esa la tarde y le dijo que debía estudiar. María no solo le había cancelado a él, también les canceló a sus amigas y hasta a sus padres para ir a cenar. Todo lo que le importaba era el examen, ese maldito examen.

     Cuando debido a tanto cabecear se acercó la taza de café —ya frío— que se había preparado, las doce en el reloj dieron. Y pareció que como si el tiempo se parase, porque lo qué pasó a continuación dejó a María pasmada.

     —Ya es muy tarde, ¿qué haces despierta a estas horas, María?

     El líquido que apenas había tocado sus labios salió disparado por todas partes.

     —¿Qué demonios? —gritó María y volteó a ver hacia la fuente de aquel sonido, o más bien, de aquel reproche.

     Frente a ella estaba su libro de Cálculo, común y corriente, pero éste se comenzó a sacudir y de entre sus páginas salieron palabras, sonidos; una voz.

     —Ey, cuida esa boca. Si tus padres te oyeran qué dirían.

     —Ya sé lo que dirían, no creas que no me lo mencionan cada que pueden.

     Suspira. Los padres de María podían ser muy exigentes, y aunque ella ya tenía edad para poder defenderse de sus comentarios sobre sus obligaciones como hija —y de sus sí's y no's de su vida privada—, no hacía nada por cambiarlo. Tal vez en el fondo tenía miedo de enfrentarse, no a ellos pero a sí misma.

     —Sé quién tú eres, no la que creen que deberías ser.

     —¿Quién dijo eso? —preguntó María curiosa.

     —Albert Einstein. Pero hay más, muchas cosas más de las que te quiero hablar esta noche.

     —¿Por qué? ¿Por qué hoy cuando podría haber sido un día después del examen?

     —Justamente por esa razón, porque en vez de gozar el presente ya te entristece la futura nostalgia por el futuro que no volverá.

     —Pero este examen realmente es importante, porque si no lo pasó ¡ay de mí! Seré la vergüenza de la familia, la burla de mis amigas, y la inútil que esté detrás de Santiago.

     —Deja de pensar en términos de limitaciones y empieza a pensar en términos de posibilidades. ¿Qué no ves que estás viviendo una vida que no es tuya y que las oportunidades están frente a ti, las de enfrentar tus problemas, pero las rechazas por temor? Yo que soy un libro creo que disfruto más mi vida que tú. ¡Adoro mi empastado!

     —Claro, claro. Restriégame eso en la cara. Sería tan fácil si la gente solo buscara en mí contento y anhelo, no que me juzgara a cada instante.

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