3 años, 36 meses, 156 semanas. Eso fue todo lo que te dediqué.
Cada mañana, cada noche y cada tarde que pasamos fue compleja, no puedo decir que fue enteramente feliz cuando hubo momentos en los que me sentí ahogada, ni tampoco puedo decir que solo fue un asco porque cada segundo valió la pena.
Hoy —después de tanto tiempo y de tantos cambios— soy la persona que lo pudo todo, que se levantó temprano, que estudió hasta las tantas, y que se desvivió por las materias. La que se encerraba en tus confines de la bella biblioteca y la que salía muy pocas veces de tu sustento.
Cada año tuvo lo suyo, su dificultad, desesperación, felicidad y sorpresas. En cada uno conocí gente nueva, amigos nuevos, me enamoré y crecí. Llegué con muchas expectativas, salí con muchas más. Rompí mis estándares y los volví a crear. Dejé miles de máscaras atrás, me puse nuevas, cambié de personalidad y de gustos también, y todo para forjar el criterio y la sabiduría que tengo actualmente.
El primer año sufrí demasiado, con mi aspecto, mis notas y mis amigos. No sabía qué estaba haciendo, con qué clase de fuego estaba jugando, ni a donde pertenecía. Me sentía un punto aparte, un simple estorbo que no merecía su lugar ni aunque en su momento hubiera alcanzado los más de 113 aciertos. Me sentí inadecuada, me encerré en mis propias creencias y me hice la vida imposible yo misma. Me daba miedo perder y ser humillada, verme débil y estúpida, cuando en la realidad nadie me estaba exigiendo nada, ni mi madre ni nadie más. Creé un universo al cual tenía que servir y no disfrutar, y me ahogué en mi propio mar de mentiras.
El segundo año me sentía nueva, más capaz que nunca, pero asimismo bastante temerosa. La vida en la escuela dejó de ser significativa y me preocupaba por vivir la que estaba afuera, una vida que no me tocaba enfrentar hasta dentro de muchos años más. Las materias dejaron de ser un suplicio, mis compañeros dejaron de intimidarme, y los nuevos ingresados pasaron a ser mi tiro al blanco. Me sentí imparable y quise comerme al mundo. Conocí lo que era una verdadera familia al tomar la decisión de estudiar una carrera técnica y me sentí a gusto por primera vez con la gente que conocía. Algunas materias siguieron costándome, sí, pero mientras más terrible me sentía por los acontecimientos de fuera, más trabajaba y me exigía, por lo que mi promedio no bajó. La segunda mitad del año fui libre y me dejé ser mientras conocía nuevas facetas que albergaba en mi interior.
El tercer año fue la cereza del pastel, pues fue en el que más —concienzudamente— me exigiste. Escogí un camino que yo creía correcto y se me abrieron puertas filosóficas y artísticas que nunca creí existentes. Tomé retos que en los años anteriores no había tomado, como dar la bienvenida a la nueva generación que albergarías y encontrar mi tercera familia bailando. Descubrí que la amistad verdadera sí existe y que las personas que nos quieren procurarán siempre por nosotros y por cuidar de nuestros sueños. Me vi más analítica, si es que eso era posible, y alcé mi voz más que nunca. Grité lo que no me convencía, lo que me dolía, lo que de verdad deseaba y lo que jamás dejaría ir. Encontré una nueva razón para vivir y una convicción que creía esfumada. Me atosigué de pendientes, como siempre he hecho y colapsé por momentos. Así como fue un año magnífico también dudé de mí misma demasiadas veces, como cuando me pregunté si era verdaderamente capaz de sobrevivir a todo; y aunque hubo días en los que sencillamente no quería levantarme de la cama y seguir, encontré fuerza de voluntad y amor en mi interior y volví al juego.
Al final, me decidí por el verdadero camino profesional que quería para mi vida, otra carrera, así es, pero no me arrepiento de nada. Ni de la gente que conocí, ni de lo que experimenté, ni de quién me enamoré. Todos y cada uno de esos recuerdos, vividos y fortificados dentro de tus instalaciones, me dan mi nombre y mi huella el día de hoy.
Por eso y por salvaguardar siempre mis sueños, te doy las gracias, preparatoria.
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El rincón de la biblioteca
RandomDe textos simples hasta relatos desgarradores, de corazones rotos a sonrisas deslumbrantes. Una recopilación de mis cuentos e historias cortas, los cuales nunca supe a donde pertenecían por lo que los he colocado aquí: en este rinconcito vacío de l...