Los verdaderos dioses son los que se atreven a desafiar las leyes, a ser diferentes, a cumplir sus sueños.
Seamos verdaderos dioses y destruyamos juntos a los humanos.
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El reflejo en el espejo no era el que veía en el pasado, su nueva imagen era digna de admirar, su cabello era suave, sus labios eran finos, sus ojos grandes ojos centellaban, y su piel era tan suave, tan tersa y sin ningún rasguño.
Tenía una musculatura fascinante que era fácil de mantener, su cuerpo estaba lleno de energía y una especie de excitación febril le recorría cada vez que ganaba más poder. Se hacía más fuerte con cada batalla, y cuando su cabello se volvió rosa, disfrutó de todo su esplendor.
No hubo momento en que no se observara, en que se mordiera los labios, en que se viera, en que se tocara, se estaba enamorando de esta nueva figura, la figura de quien lo había humillado en el pasado, pero quien lo había fascinado desde el primer momento por su fuerza impresionante
Sin embargo, todavía podía admirar esa figura antigua que destellaba como una imagen etérea cada vez que se miraba en el espejo, la misma que podía ver en la persona que tenía como compañía.
Lo vio de pie mientras entrenaba, así se veía, fascinante, concentrado y con una figura que distaba mucho de la que tenía ahora.
Ambos eran la misma persona pero en otro cuerpo, en otra imagen, y Black empezó a sentir deseos que antes se le escapaban a sus propias necesidades de satisfacción, pues carecía de ellos, sin embargo, cuando miraba a su otro yo quería complacerse a consigo mismo, pero su yo pasado lo ignoraba, aunque también había comenzado a admirar a Black más que de costumbre, quien tenía un cuerpo atractivo y una mirada que penetraba hasta al más estoico que escaparía a cualquiera que fuera capaz de descifrar lo que estaba pensando.
Pero aunque Zamasu podría no entender lo que estaba pasando, Black lo conocía porque era él y porque sabía que en el fondo ambos querían regocijarse de su propia gloria, compartiendo sus deseos más oscuros.
