11 Alexandra

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Después de el intenso beso y el orgasmo que recibí de cuenta de sus hábiles manos guardamos silencio largo rato, casi flotando, casi soñando

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Después de el intenso beso y el orgasmo que recibí de cuenta de sus hábiles manos guardamos silencio largo rato, casi flotando, casi soñando.

Cuando por fin hablé, mi voz brotó drogada y pausada.

—Ya lo he decidido.

—Sobre ¿Qué?  —La respuesta de Nathan me llegó como desde muy lejos, a pesar de tenerlo a escasos centimetros de mi. Soy yo ondeando en el placer.

—Tú. Te llevas todas las palmas

—Si. Lo sé. 

—Engreído— Solté. Alargó la mano hacia mí, tan despacio midiendo mis reacciones.

Tiró de mí hasta que las sensibles puntas de mis senos tocaron su pecho. Las manos de Nathan flotaron por mi espalda hasta cerrarse en mis nalgas y me levantaron.

Caminó conmigo a cuesta y de mi cartera saqué el llavero que le entregué y en un acto de malavarismo abrió la cerradura, cerrando la puerta con su pie después.

Se desplaza con brío hasta mi cuarto y frente a la cama me deja resbalar por su cuerpo hasta que toco el suelo con las plantas de mis pies.

Me desnuda primero y a continuación él, como me tiene acostumbrada, se acerca nuevamente a mi y me acuesta en la cama besandome como si se le fuera la vida en ello.

La penetración fue asombrosa. Con la piel caliente y resbaladi­za, nos unimos con una mínima sensación de roce o presión. Sin em­bargo, la presencia en mi interior era sólida e íntima y emití un sonido de sorpresa al sentir el flujo caliente que acompañó su ingreso , había sido presa de un nuevo orgasmo. Solo de los que he conseguido de él. Me asenté en mi punto fijo de referencia con un suave suspiro de placer.

—Oh, me gusta —susurró, complacido.

—¿Qué te gusta? —pregunté.

—El ruido que has hecho. Ese gemido.

Lo reproduce imitando el sonido de mi suspiro.

—Lo lamento; no era mi intención ser tan ruidosa.

Rió y la carcajada profunda reverberó en las columnas del techo. En un movimiento certero me posicionó encima de él con gran maestría sin que su miembro saliera de mi por completo.

—He dicho que me gustaba. Y me gusta. Es una de las cosas que más me gusta de hacerte el amor, Alexandra. Los ruidos que haces.

Me sujetó más cerca y posé mis labios en su cuello. De inmedia­to, Nathan hizo un ligero movimiento de caderas y respiré hondo para sofocar un nuevo gemido.

—Sí, así—murmuró con suavidad—. O... ¿así?

—Mmm —musité. Volvió a reír, pero siguió haciéndolo.

—Pensaba mucho en esto —comentó mientras subía y bajaba las manos por mi espalda y delineaba la curva de mis caderas—.  A pesar de el paso del tiempo y me temo que uno u otro roce sexual insuficiente, nada como tú.— detuvo su movimiento circular para tomar mi cara y mirarme directo a mis ojos, demostrando con ello su arrepentimiento, musitó:  — Perdóname mi amor — celebró mi asentimiento con un beso y el movimiento de sus caderas —. Recordaba los sonidos tiernos que ha­ces cuando te hago el amor, con la respiración rápida y el gemido suave que profieres cuando te pe­netro por primera vez.

Serie ley y pasión libro 4 Inténtalo tú #NewCreativestarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora