XIV: Entre dos

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La situación en el palacio presagiaba desgracia y guerra. Una lucha por el poder que desencadenaba traición y sacaba a la luz el odio reprimido por años. Ninguno de los dos estaba dispuesto a perder, no iban a rendirse fácilmente, pues creían que la corona les pertenecía.

Viktor era apoyado por el pueblo; quienes lo alababan por su sacrificio y lo veían como a un dios al que adoraban. Por si no fuera suficiente, tenía una enorme ventaja: descendencia. Él había heredado sus genes a su hijo, Aysel, un niño que ya poseía habilidades para gobernar en el futuro.

En cuanto a Adrik, tenía experiencia como rey. Había guiado a su pueblo en una época de paz y armonía, pero carecía de valores humanos. Era un hombre egoísta, sin escrúpulos e incapaz de reaccionar positivamente a los obstáculos. Siempre buscaba una forma de obtener algo a cambio y eso no lo beneficiaba como candidato al reinado en Snowland.

—¿Nos iremos? —cuestionó Yuko, sentada frente a un tocador de madera con un cristal alto y hermoso. Miraba su reflejo en el vidrio y el de Yuuri detrás de ella con una expresión seria y perturbada.

—No —negó, acariciando su mentón con los dedos izquierdos. Sus pensamientos lo atormentaban, recordándole esa imagen de Viktor desnudo en la recámara. Aún podía sentir la suavidad de la piel blanca de su esposo y sus labios moviéndose ligeramente al hablar, produciéndole cosquillas en el vientre.

¿Por qué su mente lo traicionaba así? Ellos se habían casado por una unión convenida entre los reinos, pero no se amaban. De hecho, desde el principio estuvieron obligados a hacer lo contrario a sus deseos. Cada uno tenía sentimientos no correspondidos por alguien más y detestaban traicionar a ese ser amado.

Solo había sido una vez. Hicieron el amor para romper sus votos de castidad porque era su deber como príncipes y porque no podían oponerse a las decisiones de sus padres. A pesar de no haberlo disfrutado, esa noche era inolvidable. Era muy extraño no quererse, pero sí desear un beso.

Tal vez Madre Luna no estaba loca. Tal vez ellos sí estaban destinados y esa atracción tan inhumana los obligaba a acercarse. Y, si era cierto, no podrían vivir el uno sin el otro. La distancia se convertiría en el mayor impedimento para su felicidad y la necesidad se transformaría en una obsesión.

—¿Por qué no nos vamos? Snowland será un terreno peligroso para Aysel con la disputa de la corona —murmuró la joven, terminando de atar su cabello en una trenza larga con pequeñas horquillas incrustadas en su melena—. Estoy incómoda, no es mi hogar ni el tuyo. Volvamos a Krasys.

—Prometí que no regresaría —respondió, asustándose de sí mismo. ¿Cómo era posible atender primero las peticiones de Viktor Nikiforov y no de la chica que decía amar con toda su alma?

—Si es tu esposo, ¿yo qué soy? ¿Tu prostituta? —inquirió, reincorporándose de la silla para enfrentar cara a cara al azabache—. Las prostitutas sirven para complacerte, pero tú ni siquiera me has tocado.

—No digas tonterías —bufó, contemplando la mirada decepcionada que Yuko le dirigía. Odiaba hacerle daño, pero ¿cómo podía frenar sus sentimientos? ¿Cómo dejaba de necesitar la compañía del padre de su hijo?

—¿Lo amas?

—N—No —balbuceó, maldiciéndose por haber titubeado. No le creería, se estaba burlando de la mujer a la que le juró amor eterno—. Escucha, no sé qué me pasa. Estoy confundido, pero te amo.

—Ojalá fuera la única, pero no soy estúpida —bramó, tratando de contener sus lágrimas. No lloraría, su orgullo estaba en medio y Yuuri no se merecía su sufrimiento—. Si tanto lo deseas, lárgate con él —sentenció, encaminándose hacia la salida de la alcoba.

Reyes del invierno #PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora