XV: Odiar o amar

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—¿Seguro? ¿Me detengo o continuamos en mi cama?

Eso había preguntado sin obtener una respuesta a cambio, así que lo supo, Yuuri no iba a corresponderle porque amaba a Yuko. Aunque fueran esposos oficiales, no significaba que debían quererse. Tampoco pensaba rogarle al rey de Krasys, no se arrastraría por él ni por nadie que lo mereciera.

Chasqueó sus dientes, decepcionado por no haberlo seducido, y se dio la media vuelta. Se encaminó a la salida de la recámara, dispuesto a abandonar la habitación para ir a buscar a Aysel, pero alguien lo detuvo al sujetarlo del brazo derecho. Katsuki lo obligó a confrontarlo nuevamente y lo estampó contra la pared de atrás, tapizada con murales dorados.

—No te vayas —pidió el azabache, comenzando a deslizar sus traviesas manos por debajo de las nalgas del peliplata—. No te vayas —repitió, iniciando así su desenfreno por el menor, y plasmó sus labios en los contrarios en un apasionado beso.

Viktor condujo su atención directamente a la zona que quería y desabotonó el pantalón del otro. Sus dedos suaves, largos y delgados se escabulleron en el interior de la prenda íntima, logrando tomar esa erección que se elevaba deseosa de placer. Yuuri jadeó al sentir el tacto de su esposo y tembló, extasiado por un momento que había anhelado con fervor.

—¿Sabes? Me encantaría estar arriba de ti —confesó el peliblanco, concluyendo el beso con una sutil mordida.

—No será hoy —respondió agitado, y deleitándose con el sabor dulce de su amante, porque eso sería en su corazón: un amante que le provocaba más que una mujer a la cual había amado en su infancia.

La relación de ellos era peligrosa en distintas maneras. El amor era un sentimiento que ambos habían experimentado al querer a una persona en su pasado; Viktor por Ulysses y Yuuri por Yuko. Pero, tal vez, eso a lo que llamaban "amor" no era cierto y apenas lo vivían en carne propia, producto de una atracción mutua y un compromiso falso. Tenían un hijo, concebido gracias a un milagro, y estaban más unidos ahora.

Podían sentarse a averiguar lo que ocurría en sus cabezas, pero era perder tiempo que el príncipe prometido no tenía asegurado. El día de mañana, ellos comprendían que amanecerían separados por la muerte. Los dioses ya lo habían predicho y Madre Luna no se equivocaba: estaban destinados, pero ese destino que los conducía a la gloria, también iba a alejarlos.

Así que decidían engañar a los demás; le mentirían al mundo entero para entregarse en cuerpo y alma a sus primitivos deseos. Y, si esa traición culminaba en una fatídica desgracia, estarían satisfechos con haber elegido amarse antes que odiarse. Porque el amor era más leal que el odio y se presentaba en distintas formas, como el cariño que siempre se habían profesado.

El gobernante de Krasys cargó a su pareja y caminó con él hacia la cama, en donde lo acostó, procurando que estuviera cómodo. Empezó a desvestirse de la parte inferior, mientras que una mirada azulina lo observaba fijamente, disfrutado de la escena que le era regalada como un preciado tesoro. Eso desencadenó una extraña sensación en el chico; un calor que ascendía por su pecho y se instalaba en su garganta, perdiéndose ahí y transformándose en un jadeo.

Nikiforov se relamió los labios y rió por la torpeza que demostraba su compañero. Aflojó su pantalón y extendió las piernas a los costados para que Katsuki se situara en el centro de éstas, y terminara por despojarlo de sus estorbosas ropas. Una vez más, esa libidinosa sonrisa surcó en su rostro, conmoviendo al hombre recto y serio que tenía enfrente de él, que lo acariciaba como a un pétalo a punto de desprenderse.

Reyes del invierno #PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora