Capítulo 22

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Respiré profundamente mientras miraba la repetición de la maldita grabación. Esto no podía haber sido peor. Estaba sentada en el sofá de la sala de la suite, con un pie encima de la mesa frente al televisor, y con un nudo en la cabeza, gracias a mi estresante intento de quitarme el peinado de anoche mientras tomaba café irlandés, al cual empezaba a amar, gracias al wisky.

– ¡Otro! –le grité a Samanta.

–Katrina has bebido demasiado. Anoche ni tan siquiera pudiste dormir. –dijo Samanta desde la cocina, no podía ver su expresión, pero sabía que estaba molesta.

– ¡Otro! –le grité de nuevo.

–Esto es tan estúpido. –dijo caminando hacia donde estaba yo. Se sentó a mi lado y prosiguió. – ¿Por qué te importa tanto lo que pasó en esa entrevista?, no es como si los clientes buscaran en YouTube videos de los creadores y directores de la marca de los productos. A nadie le importa lo que sucedió. –dijo exasperada.

– ¿Me trajiste el café, sí o no? –dije mirándola, tratando de no decirle que odiaba el nuevo tinte que había utilizado en su cabello.

– ¡Katrina! –exclamó tomando el control. Apagó el televisor y me quitó el vaso que tenía en la mano. – ¡Vas a levantarte, te ducharas y te peinaras! Luego saldrás y le dirás a los reporteros de abajo que todo fue una equivocación, y que no fue lo que pareció ¿Entendido?

– ¿Qué eso no es lo que te dice tu futuro ex cuando lo encuentras teniendo sexo con otra? –dije mirando el televisor.

– ¡Ya basta! Me tienes harta con el montón de burradas que has dicho desde que llegaste de la entrevista! ¡Comprende que podrá estar ahora en las portadas de las revistas, pero los reporteros no lo superaran si tú no lo haces! –dijo al tirar el control del televisor en el otro sofá. –Tú decides. Te quedas como una tonta adolescente enamorada en el sofá hasta que llegué la hora de irnos, o vas a tomar un baño para bajar y demostrarle no solo a los reporteros, sino también a los guilipollas de los Geyer que estabas demasiado nerviosa y por eso te comportaste de esa manera.

– ¿Si digo que sí, me darás otro trago? –dije, a lo cual me arrepentí inmediatamente gracias a la mirada frívola de Samanta. –Era una broma. –dije poniéndome de pie y caminando a la habitación.

–Eso espero. –murmuro.

Samanta tenía razón. Tenía que demostrarle a los Geyer y a ese montón de gilipollas de qué estaba hecha Katrina Castill, así que me metí a la ducha.  El agua caliente que caía sobre mi espalda era relajante hasta un punto en el que desee estar por horas y horas debajo de ella sin que mi piel se arrugara hasta llegar a parecer una pasa. Mientras el agua caliente provocaba que mi estrés desapareciera, empecé a recordar lo de anoche…

Flashback.

¡Evans, tú y tu bocota! ¿Tanto te costaba decir que sí? Su objeción me hace pensar en si será por que…. Pero él dejó de llamar. “Tú no contestabas, Katrina” me decía mi subconsciente. Mis pensamientos eran algo bobos. Evans ya me había superado, lo sé por… ¿cómo demonios se llamaba la niña?... ah, sí, Molly.

–Señorita Castill, ¿qué piensa sobre el comentario del señor Geyer?

¿Qué pienso? Pienso en cómo lo torturara la madre de la niña después de saber porque reclamó mi insignificancia a nuestro “romance”.

–Creo que le falta madurar. –dije con frialdad. –Solo fue un simple noviazgo en nuestra adolescencia. Ni siquiera sabíamos el significado de “amor”. Solo éramos unos simples niños tratando de madurar. –dije restándole importancia a la pantalla, en la que aparecía una toma de mí, y otra de Evans.

La historia de KatrinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora