CAPITULO XI

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CAPITULO XI

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CAPITULO XI

Cualquier persona puede sostener el timón cuando el mar está en calma.

Publilio Siro

DESEOS

Aquellas palabras perforaron mis tímpanos como balas. Mis piernas no obedecían a mis neuronas. Con el corazón en la boca y las manos temblorosas, levanté mi barbilla con el orgullo que no poseía y la miré despreocupada con la mejor de mis actuaciones.

— ¿Y tú eres? —pregunté con total desinterés. Por supuesto que sabía quién era, pero, no permitiría que ella creyera ni por un momento que generaba algún efecto en mí; aunque, la realidad era que no me acercaba más por miedo a que mis piernas temblaran frente a ella, revelando todo mi teatro. Acepto que sentí satisfacción ante su mirada de decepción al creer que no tenía idea de quien podría ser. Estiro mis hombros hacía atrás como pavorreal, un poco más relajada y tranquila que antes. La vi desviar la mirada el piso mientras comenzaba a jugar con la orilla de su elegante vestido color amarillo mostaza.

— Perdona, tienes razón, no me he presentado contigo —aquel par de espinelas se posaron sobre mí con una confianza que antes no poseían. Sus tacones retumbaron por todo el edificio cuando camino en mi dirección, al igual que los latidos de mi corazón. Estiro su mano a la altura de mi pecho, brindándome un cordial saludo. Me dedico una sonrisa, esperando lo mismo de mi parte. Dios mío, de cerca era aún más hermosa ¿cómo puedo competir contra alguien así? —. Soy Shion, nos hemos visto antes ¿lo recuerdas? —aquél acento inglés me sacó de mis pensamientos. Apreté mis parpados y arrugue la nariz mientras sacudía suavemente mi cabeza en busca de concentración. Tomé su mano con algo de rudeza y la sacudí torpemente en el aire.

— Si, ya recuerdo —me excuse—, y... ¿buscabas a Naruto? —Esta vez fue su mano quien apretó la mía. Pasó saliva por su largo y fino cuello, su pecho se hincho en un suspiro que revelaba profunda angustia, al mismo tiempo que cerraba sus ojos y negaba con una cálida sonrisa. Cuando los abrió, me miró llena de paz, y por un segundo, sentí envidia.

— No, en realidad —guardó silencio mientras pensaba sus palabras, y con la vergüenza a flor de piel y una confianza que desconocía totalmente, al fin lo dijo—, en realidad vengo a verte a ti.

Mi mano estrujo fuerte el barandal de metal. Mis dientes se clavaron sobre mi labio inferior desatando un sabor metálico que inundó todos mi sentidos «Vengo a verte a ti» sus palabras retumbaban en mi cabeza traducido en un millón de suposiciones; ¿por qué diablos quería verme?

— Pues, me estás viendo ahora —apretó sus labios ante mis palabras, y comprendí que debía calmarme un poco. Trate de regalarle una sonrisa, o por lo menos, un vago intento—. ¿Cómo puedo ayudarte?

— ¿Puedo invitarte un café?

Antes de pensarlo, mi cabeza ya se encontraba asintiendo en silencio. Ninguna dijo nada más, me dedico una sonrisa amable. Caminamos en silencio un par de cuadras, de vez en cuando, la descubría mirándome de reojo y sonreía. Llegamos a una pequeña y acogedora cafetería de repostería francesa. Nos sentamos junto a la ventana.

AMARME NO ESTA PROHIBIDO.Where stories live. Discover now