Sempre

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Llegué a Pontedeume a la vez que caía el atardecer, caminaba por la aldea despacio centrándome en los olores y parándome en las plazas dónde había pasado mi infancia y mi adolescencia. Algunos vecinos me miraban asombrados cuando pasaba al lado de ellos y eran muchos quienes se acercaban a preguntarme acerca de mi vuelta.

Cuando llegué al comienzo del camino de tierra que daba a mi casa vi a mi madre esperando en el porche como si todavía no se creyera que pudiera estar allí. Al llegar a su altura ninguna dijimos nada y tampoco fue necesario, nos fundimos en un abrazo que para mí fue tan reconfortante como sanador.

Me invitó a entrar con un gesto y enseguida vi a mi padre viniendo por el pasillo hacia mí.

- Nos hace muy feliz que estés aquí, pequeña- dijo antes de abrazarme igual que había hecho mi madre anteriormente. Detrás de él estaba mi hermano, sonriéndome desde el marco de la puerta. Miré hacia donde solía estar antes mi habitación y mi madre se dio cuenta de ello.

- Está igual- apuntó sonriéndome- Pasa si quieres.

Abrí la puerta despacio y una emoción intensa me embriagó por dentro, era cierto, estaba todo igual tal y como lo había dejado antes de salir apresuradamente a Madrid, hacía ya tres años. Pasé mis dedos por la rugosidad de las paredes, deteniéndome en los posters que las adornaban. Abrí mi armario, con un montón de perchas vacías que antes sostenían toda la ropa que me había llevado a la capital, posteriormente me senté en mi escritorio y encendí mi lámpara. Quedaban todavía apilados numerosos apuntes del colegio en las estanterías y al lado de ellos los diplomas ganados en los concursos de canto a los que me presenté. Por último, me tumbé en la cama y giré mi cara hacia la izquierda observando el corcho con fotografías y recuerdos de mi relación con Pablo. Aunque su rostro quedaría grabado inmortalmente joven en mi cabeza no había vuelto a ver una fotografía de él en este tiempo, pasé mis dedos por ellas distraídamente hasta que unos toques en la puerta me sobresaltaron.

- Mickey- me llamó mi hermano asomando la cabeza por la puerta y en ese momento tuve un déjà vu que hizo que me empanara unos instantes.

- ¿Eh?- contesté

- Que si quieres que vayamos a cenar los cuatro fuera- repitió Efrén.

- Claro- dije animada.

Mi familia y yo fuimos a un restaurante de los alrededores que solía ser uno de mis favoritos cuando era más pequeña, conocíamos al dueño de toda la vida y nos llevó a una mesa al lado de un ventanal enorme desde donde se podía ver el río.

Pedimos tranquilamente los primeros platos mientras que hablábamos distendidamente de todo un poco, como si yo nunca me hubiera ido. Cuando nos trajeron los segundos mi padre carraspeó y supe que iba a dar comienzo la conversación que debía tener con mi familia desde mi llegada.

- Hija, estamos muy alegres de que estés aquí, pero... ¿Por qué ahora?- inició.

- Bueno la verdad es que yo tampoco lo sé muy bien- contesté mirándoles alternativamente- Hace unos meses conocí a alguien que me ha hecho cambiar mi punto de vista sobre muchas cosas...

- Ana- intervino mi hermano sonriendo.

- Si, y ella me ha hecho ver que quizás para terminar con todo esto tengo que despedirme a mi manera de Pablo.

- Se lo has contado...-comentó mi madre con sorpresa.

- Ya, creedme cuando os digo que más me sorprende a mi haber sido capaz de abrirme completamente una persona y volver a sentirme así otra vez- dije sonriendo con esto último.

- Estamos muy orgullosos de ti, hija- dijo mi padre- de la persona que eres, de lo que has conseguido y sobretodo de que seas feliz otra vez, porque no te mereces otra cosa- Terminó, haciendo que mi madre y Efrén asintieran con la cabeza.

- Gracias, por todo lo que siempre habéis hecho por mí, por apoyarme tanto después de la muerte de Pablo. Incluso yéndome a vivir a Madrid sabiendo que me veríais menos y todo lo que eso conllevaba- comenté con sinceridad- Antes de marchar mañana tengo que hacer dos cosas muy importantes.

- Tú dirás - me animó mi hermano.

- Primero tengo que ir a ver a los padres de Pablo y lo segundo...necesito volver a un lugar muy especial, ¿Me llevarás?- pregunté dirigiéndome a Efrén.

- Claro que si Miriam.

Cuando volvimos a casa me acosté en mi cama, con mi antiguo pijama de Mickey Mouse y fue la primera vez en tres años que entré en un sueño profundo, oliendo en el edredón el suavizante con el que lavábamos la ropa desde siempre, me desperté totalmente descansada por primera vez en mucho tiempo.

A la mañana siguiente mi hermano me acompañó a casa de los que habían sido mis suegros tiempo atrás, me recibieron tan sorprendidos como emocionados por mi vuelta. Al empezar a salir Pablo y yo tan pequeños la relación de ambas familias siempre fue estupenda, de hecho ellos fueron los que me regalaron mi guitarra. La casa estaba igual a como la recordaba, mantenían la habitación de su hijo tal y como él la había dejado. Le recordé más que nunca, y me disculpé con ellos por no haber ido al entierro pero me aseguraron que no tenía que ser perdonada por nada. Al salir de allí tenía una sensación reconfortante y cálida en el cuerpo.

- ¿Dónde vamos ahora?- preguntó Efrén.

- Al faro.

Al llegar me bajé del coche, fui andando lentamente hasta la estructura que se alzaba en la punta del acantilado y al ser todavía de día no estaba encendida la luz que guiaba las embarcaciones en la noche.

El faro siempre había estado abierto al público desde que tenía uso de conciencia, el farero era un hombre mayor y muy amable que cuidaba de él casi como si fuera un hijo suyo. Subí por las escaleras del interior hasta llegar a la plataforma más alta desde donde se veía todo el mar. Contemplé la bella imagen hasta sentirme preparada. Me apoyé en la barandilla y respiré hondo.

- Hola Pablo- susurré, mientras imaginaba que sus ojos verdes volvían a posarse sobre los míos- Perdona que haya tardado tanto... pero ya me conoces, necesito tiempo. ¿Sabes? Te echo terriblemente de menos, cada día. Todavía no he superado que te marcharas, y menos así... y creo que nunca lo haré. Necesito dejar de recordarte con dolor y empezar a hacerlo como te mereces. Eras bueno Pablo, se podía ver la bondad en tu rostro a kilómetros, siempre me cuidaste y me apoyaste en todo-Una sonrisa se me dibujó en la cara cuando recordé como me aplaudía desde la primera fila, en todos mis conciertos- Me quisiste tal y como era sin querer cambiarme nunca y créeme, yo tampoco te hubiera cambiado por nada del mundo. Pero... creo que ya va siendo hora de perdonarme y permitirme ser feliz, porque sé que cuando vuelva a Galicia tú estarás aquí, siempre lo estuviste- Me quité la cadena plateada y la deposité en mi mano derecha- Vine a despedirme de ti y a decirte que te querré hasta el último día de mi vida, te lo prometo. Cuida de ella ¿vale?

Miré la inscripción del anillo por última vez y lo besé, mientras que por mi mejilla rodaba la última lágrima que llevaría su nombre. A continuación cogí impulso y tiré el colgante con todas mis fuerzas al mar.

-Sempre

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Mañana tendréis el EPÍLOGO y por tanto el cierre de esta historia, lo decimos siempre, pero de verdad, muchas gracias por todo el apoyo que nos habéis dado tanto aquí como en twitter 🍀 Os dejamos con una  frase en relación a este capítulo: 

"Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando"  

Rabindranath Tagore

EL AMOR DE MI VIDA ||WARIAM||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora