DE ESO SE TRATA EL TRABAJO

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-¿Ya te vas? - preguntó el padre.
-No, tengo unos minutos todavía...-respondió Alejandro.
_Ah...
-¿Quieres que me quede?
-No, vas a llegar tarde...
-Estoy trabajando en una nota para el diario, muy interesante...
-Es mejor que salgas ahora. Digo... para llegar a tiempo.
-Sí, es cierto... mejor.
Caminar por las calles de Buenos Aires se hacía cada día más difícil. Las veredas angostas, los hombres malhumorados con ríos de sudor corriendo debajo de sus sombreros, los canillitas afónicos de tanto vocear sus diarios,los vendedores ambulantes balbuceando ininteligibles ofertas, los grupos de niños jugando a la tapita o a la arrimada volvían imposible la tarea mas básica que puede realizarse en una calle: caminar. Alejandro avanzaba a codazo limpio. No había otra forma. Tan exigente como la esgrima, el arte del codazo requería concentración, reflejos y estrategia. Movimientos justos y contenidos que ocultaban la alevosía, acompañados con una letania a medio pronunciar, unión amorfa de las palabras disculpe, permiso, perdón y gracias que, como en el encantamiento místico que realizan los beduinos con sus flautas para dejar mansas a las serpientes, transformaba la grosería de un codazo en ejemplo de comportamiento ciudadano. El porte ayudaba. La figura desgarbada y los rasgos finos, casi añiñados, falsamente madurados con una barba cortada con esmero, le daban un buen aspecto general al niño grande y evacuaban cualquier duda sobre su respeto a las normas del buen convivir. Las únicas merecedoras de piedad ante los codos de Alejandro eran las mujeres. Respetar su paso justificaba llegar tarde. Tan difícil se había vuelto caminar por las calles del centro que cada día se las veía menos; se quedaban en sus casa, sentadas en pequeñas sillas con sus incómodos vestidos. Se le ocurrió podía escribir un artículo para el diario sobre eso"¿Donde están las mujeres? ¿por que cada vez hay menos?". Propondría, un poco en broma un poco enserio, la creación de sendas especiales por las que pudieran pasear sin ser atropelladas. Aquí iban dos conversando con sus polleras acampanadas y trajes cruzados con grandes botones forrados; allá, una con largas y estrechas mangas que terminan sobre sus manos con adornos y botones.
Como era verano, la mayoría usaba sombreros grandes con alas caídas que ocultaban parte de la cara. Algunas, las mas coquetas, adornaban con cintas, flores, fantasías de plumas teñidas y hebillas brillantes, siguiendo los dictados de las revistas de moda o las vidrieras de Harrods y Gath & Chaves. ¿Y esas Exquisitas visiones debían aprerujarse como sardinas al recorrer las calles del centro? Las sendas especiales eran la solución.
En ese año de 1910, año del primer centenario de la República, ideas más estupidas eran aun tomadas en cuenta. El feroz crecimiento en las últimas décadas obliga a repensar la ciudad y cada dia surgía un nuevo proyecto. Que aquí una diagonal, que allá un puente, que hay que mover este edificio de lugar
Los barrios se llenaban de plazas y las plazas de monumentos. Cada mañana, Alejandro encontraba una nueva estaca clavada en el lomo de Buenos Aires; una pirámide, fuente o torre regalada por alguna potencia extranjera con motivo del Centenario, que pasaba a llamarse "Torres de los Ingleses", "Fuente de los Alemanes", Y así con cada nacion y su monumento. Tanto cemento y hormigón regalados provocaban que Alejandro se preguntase por que los países hacían presentes tan inútiles; si un amigo cumplía años, el no lo obsequiaba con una pirámide para el jardín, si mas bien con un perfume o un bastón. Ese día entre reflexiones y la practica eficiente del codazo, Alejandro se mantuvo entretenido hasta llegar a la avenida Mayo.
Trabajaba en el diario La Prensa. Luego de unos años de escribir ocasiones colaboraciones en varias publicaciones, finalmente había conseguido un puesto estable como cronista, gracias a un viejo compañero de estudios cercano a la familia Paz, dueña del diario. Es que si había algo que Alejandro podía agradecerle a su padre era la esmerada educación que había tenido: buenos colegios, institutrices inglesas, clases de piano, membresías en los mejores clubes. Y una buena educación deja siempre buenos contactos; algunos de los niños con los que había compartido su infancia ocupaban hoy destacados puestos en el gobierno, la industria y el comercio. La desilución paterna al empeño puesto en su formación vino cuando Alejandro dejó atrás la niñez y no coronó su aprendizaje con un título universitario, como pretendía su padre , y prefirio matar sus horas en los cafés discutiendo con improvisados compinches sobre política, poesía y, por que no, moda. Alejandro era un apasionado del presente; amaba seguir las novedades políticas, estar al tanto de las luchas sociales que se estaban dando en buena parte del mundo , oír los encendidos discursos de anarquistas y radicales sobre ese futuro que cada día parecía más cercano. por eso el periodismo. el hecho de que Alejandro fuera hijo único hacia mas grande la desilución paterna, ya que no había otro más que el para engrandecer el honor familiar. con el tiempo, su padre se había acostumbrado a la idea, o quizá fue que en realidad nunca había tenido grandes esperanzas sobre el futuro de su hijo. No tenían una mala relación; Alejandro ni siquiera podía recordar una sola pelea entre ellos. más bien la relación era nula, inexistente, con su padre a metros por encima de el, en un mundo de ideas puras, mientras Alejandro se revolvía en el barro de los pequeños hombres. con los años, la balanza se había ido inclinando para el lado de Alejandro, que con su sueldo de periodista mantenía a los dos . Pero no por eso su padre dejaba de considerar al periodismo una ocupación poco seria.
Al llegar a la avenida Mayo, el gentío puso expandirse y Ale, respirar. El edificio de La Prensa apareció ante sus ojos en todo esplendor. Ningún diario en el mundo tenis uno como ese. Ni el New York Herald ni Le Fígaro. Doce años atrás, cuando la construcción estaba por terminar se, más de veinte mil personas habían presenciado con asombro como la estatua de bronce de la diosa Palas Atenea era subida por medio de un elevador hasta la cima del edificio desde donde ahora observaba la ciudad. La diosa, de pie sobre un globo terráqueo, sosteniendo en su mano izquierda un periódico y en su mano derecha una antorcha, era -se suponía- una imagen inspiradora. Pero a Alejandro se le hacía algo siniestra, con eso de pararse sobre el mundo.
Entró por la puerta que daba al patio central y de allí subió al primer piso, donde estaba la redacción. Su jefe lo esperaba con los brazos cruzados y exudando mal humor.
-Llego tarde, ya se-se excusó Alejandro-. Es que me quede dormido.pero en el camino se me ocurrieron un par de buenas ideas para notas. una:¿donde están las mujeres este verano?, ¿por que se les ve cada vez menos por la ciudad?
- que estupidez...
- Otra:¿oir que las navionesd mundo insisten en regalarnos monumentos?
- Basta, Alejandro, por favor. te tengo otra cosa.
Hay un tipo esperándote desde hace más de una hora. es el dueño de una fábrica de artículos de bazar, uno de nuestros auspiciantes. Pidió hablar con vos. No me dijo que es lo que quiere. Esta allá.
En la puerta se encontraba un hombre bajo, calvo, más bien rechoncho y con un fino bigote que contrasta con sus gruesos labios.
Por como retorcía su sombrero entre las manos, se notaba que estaba nervioso.
-Alejandro Berg - se presentó Alejandro - Me dijieron que quería verme.
- Sí mucho gusto, señor Berg. Mi nombre es Omar Annuar. Quisiera hablar con usted... En privado de ser posible
- hablé tranquilo que no nos escucha nadie.
Omar Annuar recorrió con su vista la redacción repleta de hombres.
- lo que voy a decirle es muy importante, realmente me gustaría hablar en privado...
- Le repito que no tiene de qué preocuparse, ningún lugar es más privado que este. Observe.
Alejandro subió el tono de voz.

- Entonces me dice que usted es anarquista y piensa poner una bomba en el congreso?. Ajá.- Y qué le gustaría matar al general Roca?!A quien no,amigo,a quien no! Puede contar con mi ayuda y con La Prensa, qué sin duda lo apoyará en una causa tan noble . ¿Necesita armas? ¿dinero? ¿que podemos hacer por usted?
Omar Annuar palideció al oír semejantes barbaridades , pero al notar que nadie alrededor mostraba menor reacción, ya que todos estaban hablando, escribiendo o sumergidos en sus propios problemas, entendió lo que Alejandro buscaba demostrar.
- ¿Lo ve? Hablé tranquilo, aquí somos todos periodistas.
Tomándolo del brazo, llevo al visitante a un rincón y le ofreció una silla que previamente le había robado a Bontelli, el encargado de las críticas teatrales, a quien Alejandro no soportaba.
-Entonces, ¿Cuál es ese asunto tan misterioso que no quiere que nadie escuché ?
-Tengo un trabajo para usted, puedo pagarle muy bien. Mi hija..
-¿Que pasa con su hija?
-Estuvo desaparecida
-Eso es malo.
-Ahora ha vuelto.
-Eso es bueno.
-Fue robada de nuestra casa cuando tenia un año de edad. A Alejandro se le desdibujó la sonrisa mientras se echaba hacia atrás.
-Por Dios... no sabía que era algo tan serió, cúanto lo lamento. ¿Y dice que ahora a vuelto?
-Sí, veinticinco años despúes.
- ¡Veinticinco años! ¿Pero dónde ha estado todo este tiempo?
Una ráfaga de odio nubló la vista de Omar Annuar mientras respondía:
-De eso se trata el trabajo.

La Oscuridad De Los ColoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora