—Hola, buenas noches —decía el médico mientras cruzaba la cortina del cubículo que le había tocado a Verónica en urgencias—. Todo está bien y el bebé mejor que nunca, así que no tienen de qué preocuparse.
— Gracias, doctor —dijo Verónica mirando de forma acusadora a Álex.
—No me mires así. Mejor prevenir que otra cosa peor...
—Te dije que estaba bien.
—Aun así...
El médico sonreía de forma automática, la discusión de los primerizos padres no parecía ser la primera de su carrera. Acostumbrado a presenciar la escena le comunicó a la paciente que pronto podría irse a casa, le dio unas cuantas directrices y se fue a preparar el alta.
Álex miraba a su mujer sin creerse aún que la tuviera delante. Habían pasado un par de meses desde que se separaran y no tenía esperanzas de volver a tenerla tan cerca y mucho menos que le sonriera de una forma tan natural. Aunque en otra época hubiera aplaudido las hazañas de Álvaro, haber estado tan cerca de conseguir su objetivo le revolvía las entrañas.
No podía dejar pasar esta oportunidad, la volvía a tener con él y no la dejaría marchar nunca más.
—Deja de mirarme así —le regañó Verónica.
—No puedo evitarlo... Lo siento mucho, no sabes cuánto.
—Ya lo sé y puede que no te pasara nada con Rosa, pero la falta de confianza entre nosotros tiene que superarse.
—Lo sé y va a ser así. Cuando te vi caer creí que me moriría contigo. Te quiero y puede que no llegues a entender esto, pero... eres mi equilibrio...tú y él bebé... sois mi equilibrio.
—No, no lo entiendo —dijo mientras le sonreía—, pero también te quiero.
Ambos se besaron tiernamente. No todos los allí presentes entenderían lo que habían superado hasta llegar a ese momento, pero para ellos era el inicio, el reboot de toda su historia de amor, sin cargas ni secretos. En ese momento empezaban a revivir su amor.
Mientras salían Álex cogió su teléfono y se dispuso a llamar a la familia de su mujer e informales del buen estado de Verónica y el bebé. Verónica se apoyó en la pared y esperó a que su marido sacara el teléfono del abrigo. Mientras observaba cómo pasaban por el pasillo el sinfín de enfermeras y pacientes reconoció entre la gente a Rosa. El susto inicial le hizo pegarse a Álex, que siguió la mirada de Verónica y distinguió a Rosa.
—¿Quieres que le diga que se vaya?
—No... Déjalo.
Rosa se acercó a su amiga con las manos entrelazadas y retorciéndose los dedos. Las lágrimas habían dejado un rastro por encima del maquillaje y no parecía haberse cambiado la ropa con la que había dormido.
—Tus padres me dijeron que estabas aquí —dijo intentando disimular los sollozos.
—Sí. ¿Qué quieres?
—Pedirte perdón. No sé en qué estaba pensando. Lo siento. No sabía que podría hacerte esto. Atacarte.
—Pues lo hizo.
—Amiga...
—¿Amiga? ¿En serio? Casi pierdo a mi bebé y después tu novio me ataca en su despacho.
—Sí, lo sé... Es que me trataba tan bien que me deje llevar.
Las palabras de Álvaro volvieron con fuerza a su cabeza y la culpabilidad hizo su presencia en Verónica. Podría ser verdad que Álvaro se hubiera aprovechado de su falta de tacto hacia Rosa y haberla llevado a cometer tales actos. Verónica suspiró y se acercó a su amiga.
—Puede que ambas no nos hayamos portado bien la una con la otra.
—Sí. Entonces, ¿retirarías los cargos contra Álvaro?
Lejos de enfadarse Verónica asintió con amabilidad. No necesitaría retirar los cargos, ya que la familia de Álvaro sí era lo bastante importante como para archivar el caso. Lo único que había servido que Rosa fuera hasta ahí a pedir por él era confirmarle a Verónica que su amistad ya no volvería a ser como antes, y no se sentía con fuerzas para juzgarla, pues sabía el papel que había jugado en la vida de Rosa, y no era el de mejor amiga.
UNOS MESES DESPUÉS...
Francisco observaba el jardín en la terraza de su mansión de los Monte Negro, en San Antonio. Verónica había decidido pasar todo su embarazo en el tranquilo pueblo, cosa que agradecía enormemente el hombre, porque le permitía darse largas paradas para acompañar a su hija.
Mientras esperaba el té helado que le había prometido su mujer, dentro de casa podía oír las voces de toda su familia reunida. Después de mucho tiempo respiraba la armonía de su casa. No había superado la traición de Álex contra los suyos, pero estaba sinceramente intentando aceptarle de nuevo, cosa que su hija le había agradecido sinceramente. De todas maneras Francisco notaba que no sería sano para él solo tener a Juan como yerno.
Mientras miraba a lo lejos oyó un ruido atronador que provenía del interior de la casa. Asustado, se levantó pero Helena apareció de repente con el té y le hacía sentarse de nuevo.
—¿Qué pasa ahí dentro? —preguntó preocupado.
—Nada, nada... Álex se está peleando con Juan.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Nada, cariño. Por no sé qué le pilló desprevenido la primera vez, no te preocupes, Diego está dentro y lo tiene todo bajo control...
—¿Diego? ¿El hermano de Álex? ¿Podrá? No sé... Ese chico es muy raro...
—No digas eso. A mí me parece tan guapo como su hermano.
La pareja patriarcal soltó una carcajada y se dispuso a disfrutar del té helado. Diego atravesó el portal de la terraza cayendo a los pies de la pareja y volvió al interior de la casa, pidiendo calma sin éxito. La risa de Francisco y Helena continuó mientras se besaban y agradecían su peculiar familia feliz.
FIN
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Los ricos no lloran
RomanceAlejandro Baeza es un hombre de orígenes humildes, gracias a su inteligencia y trabajo duro consigue salir de su pueblo natal y mudarse a la gran ciudad junto a su hermano pequeño. Es un hombre ambicioso, trabajador y testarudo. Está acostumbrado a...