Las mañanas siempre resultaban interesantes con Diego. Para Verónica era un cierto alivio que la personalidad de su cuñado fuera más abierta que la de su marido. La mayoría del tiempo parecía tener la mente en un mundo diferente al del resto, pero Verónica mantenía que en el fondo era tan inteligente como su hermano.
Diego disfrutaba de la compañía de Verónica, hablaban durante el desayuno y eso les permitió conocerse. Podía llegar a ser muy esnob para su gusto, pero estaba encantado con el nuevo miembro de su pequeña familia. La conversación del momento se centraba en la mejor mantequilla para las tostadas. Para Verónica era un francesa, pero para Diego era la que se hacía en San Antonio.
—¿San Antonio? —preguntó Verónica sorprendida por el comentario.
—Sí, tiene la mejor mantequilla, y si le añades mermelada de fresas de allí ya tocas el cielo.
—¿Sois de San Antonio?
—Preguntas como si no lo supieras.
—Álex me dijo que erais de un pueblecito, pero nunca me dijo el nombre. Y no es que me quitara el sueño saberlo, pero ¿San Antonio? Mi familia es de San Antonio.
—¡Mira por donde! Es raro... La verdad porque parecéis pijos. Yo era muy pequeño, pero Álex debería saber de vosotros. No es muy grande el lugar y todos nos conocemos. Pero aun así no os recuerdo.
—Nos fuimos hará unos quince años más o menos. Tú serías muy pequeño para recordarnos.
—Si, puede ser. ¿Pero sabes qué? En la boda vi a tu hermana, la había visto antes en el despacho de mi hermano. Es curioso porque ella dijo mi nombre cuando nos encontramos en las oficinas de Álex, creo que ella sí me recordaba de San Antonio. Qué pequeño es el mundo...
Diego siguió desayunando ajeno a las dudas que había despertado en Verónica.
«Algo tan importante no se le podía haber pasado», pensó. A menos que él quisiera. No podía ser, puede que se estuviera montando historias. Verónica se negaba a dar vida a sus temores, no quería crear un conflicto con su marido por una tontería como esa. Pero Diego tenía razón, él podía no conocerles, pero ¿y si estaba en lo cierto? ¿Y si Elisa sí le conocía? Tal vez también conocía a Álex. ¿Y qué hacia su hermana en la oficina de Álex?
Las preguntas, se amontonaban, pero la negativa a que sucediera algo sospechoso era más fuerte. Verónica se dijo a sí misma que tal vez se estaba ahogando en un vaso de agua y todo fuera una coincidencia, o un tema que a su marido en un deter- minado momento no le pareció importante. Si no recordaba mal, Álex sí le había comentado que en su
pueblo natal carecía de recursos económicos, por lo que en definitiva era normal que no se conocieran directamente.
Una vez más los desayunos con Diego habían cumplido su objetivo y no habían dejado indiferente a nadie. La conversación también había llamado la atención de Clara, asistenta del hogar de los Baeza desde que se mudaran al piso. La mujer trataba a Verónica muy bien desde que se mudara con su marido al piso y, a pesar de su avanzaba edad, limpiaba como si tuviera treinta años menos. En una ocasión Verónica llegó a pensar en lo irónico que era que a sus veintisiete años fuera cuando conociera por fin a la única niñera capaz de aguantarla. O simplemente había cambiado.
Después del café era hora de irse al trabajo. Le esperaba una mañana algo tensa, a pesar de haber rechazado el puesto y haber instado a su jefe a entregárselo a Rosa. Este optó por entregárselo a otra persona. Rosa aceptó estoicamente la resolución, pero Verónica no podía evitar pensar en que tal vez hubiera sido culpa suya.
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Los ricos no lloran
RomanceAlejandro Baeza es un hombre de orígenes humildes, gracias a su inteligencia y trabajo duro consigue salir de su pueblo natal y mudarse a la gran ciudad junto a su hermano pequeño. Es un hombre ambicioso, trabajador y testarudo. Está acostumbrado a...