Capitulo 4

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El pequeño ventanal del apartamento daba a las calles de un humilde barrio. Las tardes eran más ruidosas por la avalancha de niños que aprovechaban la bajada del sol para salir a jugar aprovechando los últimos rayos del día. A pesar de lo pequeño que era a la dueña le parecía perfecto, ya que quedaba cerca del centro y por lo tanto cerca del estudio grafico donde trabajaba. Aunque fue difícil mudarse a la gran ciudad desde el pequeño pueblo del que procedía, fue una suerte para ella llegar a la universidad y sin esperárselo introducirse en el círculo más exclusivo de la entidad, gracias a la inesperada amistad con Verónica Monte Negro.

Mientras preparaba las dos tazas de té rosa gritó a su invitada si prefería azúcar o edulcorante. Al no recibir respuesta se acercó al salón y la despertó de su trance.

— ¡Oye! Te estoy hablando. ¿Azúcar o edulcorante?

— Sí.

— ¿Sí qué?

— ¿Qué decías?

— ¡Vaya! Sí que te dejó tocada ese maromo...

— No digas tonterías... ¿Y el té?

Verónica ignoró la broma de Rosa, pero en cierta manera la entendía. Se había pasado toda la semana aguantando sus constantes quejas hacia el misterioso impresentable con el que se había encontrado en la oficina de su padre.

La más pequeña de los Monte Negro deseaba desesperadamente poder borrar la imagen que se le había quedado grabada del señor Alejandro Baeza. En una primera ocasión Verónica pudo ignorar su presencia y mostró su desacuerdo cundo le vio mirándola de esa forma tan inapropiada. A pesar de haber podido eludir la intensidad de los claros ojos con los que parecía poder ver su interior, todo cambió cuando se levantó e hizo un alarde de todo su apabullante atractivo y esa dominante actitud que parecía gritar: «¿En tu casa o en la mía?».

Cualquier pequeño detalle en él, como el mero hecho de haberse aligerado la corbata, avivaba aún más el fuego que parecía haberse encendido en el interior de la ofendida.

La situación no mejoró para ella cuando aquel personaje se acercó y pudo percibir su fragancia. Aun con el traje a medida, Verónica pudo observar que difícilmente podía contener los increíbles brazos y el formidable pecho que se ocultaban tras él. La media sonría que la estaba dedicando encajaba perfectamente con la ligera barba que cubría su formidable mentón.

La chica tuvo que hacer amago de todo su valor interior para aguantar el atrevido acercamiento de aquel hombre. No podía demostrarle lo impresionada que se había quedado en ese primer encuentro. Y mucho menos hacerle ver lo que había despertado en ella. Aunque él parecía saberlo.

— ¡Tierra llamando a Verónica! —gritó Rosa mientras dejaba las tazas de té en la mesa.

— Muy graciosa —respondió Verónica una vez recuperada del susto que le dio Rosa.

— Eres tú la que anda atontada con ese horrible, horrible, horrible hombre malo.

— ¡Es que es verdad! Tenías que estar ahí, Iba por el despacho de mi padre como si fuera el dueño. Ese impresentable me miraba como si pudiera verme desnuda. Pervertido.

— Bueno..., entonces es bueno que posiblemente no le vayas a ver más. Si la empresa de tu padre empieza a despegar acabarán viéndole una o dos veces al año. Y será tu padre quien tenga que pasar por esa terrible situación.

Los ricos no lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora