Capitulo 1

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La débil luz de los últimos rayos del sol hizo que el hombre agradeciera la suerte de poder disfrutar de una de las inolvidables puestas de sol de San Antonio. Resultaba imposible encontrar las palabras para describir tanta belleza. Se podían observar a lo lejos los pequeños pesqueros que se arrimaban a las costas regresando con el botín que el mar les habría ofrecido ese día. Los tonos verdosos y grisáceos se intercambiaban sutilmente a medida que se acercaban a la línea que dividía el cielo del mar. La visión de aquel horizonte conseguía un efecto apaciguador que era justo lo que necesitaba en ese momento. Sin duda había echado de menos esas vistas. Sí, estaba en casa.

De vuelta al coche después de una par de horas de asimilación Álex retomó el viaje y finalmente pudo divisar la emblemática mansión de sus anfitriones. Desde la privilegiada colina natural en la que se construyó se alzaba, como la más grande, la más alta y posiblemente una de las más bonitas de todo el pueblo.

Levantada para nunca desaparecer, la construcción de sólida piedra, teñida suavemente por los años, otorgaba a la morada un aire solemne y entrañable.

Homenajeando la distinción de semejante residencia, sus habitantes tenían que ser igual de importantes e imponentes. Dicho honor solo les correspondía a los Monte Negro, familia que desde sus humildes inicios y de generación en generación habían formado parte muy importante en la historia de San Antonio.

Quince años podían parecer un suspiro. Para Álex habían sido una eternidad, había estado separado del amor de su vida y por fin llegaba el momento que había estado esperando, casi cada segundo, desde que se separaron. Se acabarían las noches en vela y el constante miedo al haber perdido su gran oportunidad. ¡No! Sus años de experiencia le habían enseñado que todo acababa solo cuando estabas muerto y, aun así, nada era seguro.

Había cambiado, todo en él había cambiado, de eso estaba seguro. Incluso el amor que sentía por aquella bella muchachita, que lo buscaba en el puerto para aprovechar sus descansos, había cambiado. Esa noche no volvería a demorar nada. Como asesor financiero de éxito. Sabía que si uno no se arriesgaba y se tiraba a la piscina por lo que quería no llegaba a ninguna parte.

Como desde hacía años, Francisco celebraba una fiesta en honor a su familia, la cual aprovechaba para homenajear a su difunto hermano Adolfo, padre de Elisa, a la que había criado como su propia hija desde el fallecimiento de sus padres. Ese año era especial porque se celebraba en la antigua mansión de la familia situada en su pueblo natal, el inigualable y pintoresco San Antonio. Desde que se mudaron a la ciudad, la familia no había vuelto a frecuentar la vivienda.

La caravana de coches de lujo apenas cabía en la entrada de la propiedad. Si eras alguien tenías que estar en esa fiesta. La entrada a la mansión estaba controlada por la empresa de seguridad que se había contratado para la ocasión. Para tan distinguida velada era imposible que cualquiera tuviera acceso. Iba a ser una gran noche.

Álex bajo del coche y se dirigió a la entrada principal de la mansión. Los dos hombres apostados en la entrada ojeaban detenidamente la lista de invitados. Las indicaciones del dueño de la casa habían sido muy claras: «Sin invitación no se entra».

Álex no solo tenía invitación, sino que además había una mención especial en ella. La relación laboral de Francisco y el asesor financiero habría empezado hacía apenas unos meses, cuando la compañía del patriarca pasaba por una gran crisis. Una vez que hubo ayudado al magnate con sus problemas financieros, Álex pasó a formar parte del círculo social del empresario, empezando así un camino sin vuelta atrás y que desembocaría con su presencia en aquella fiesta.

El hombre se abrió paso entre los invitados. El gentío se unía en pequeños grupos y disfrutaban de la velada animadamente. Más de una mirada coqueta e indiscreta se posó sobre él, algo a lo que ya estaba acostumbrado y en alguna que otra ocasión sabía aprovechar, pero esa noche no tenía tiempo para ningún juego, salvo el que justificaba su presencia en esa fiesta.

Los ricos no lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora