(24) Duele ser infiel

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“Yo!” escuché la voz de Ezequiel decir y sentí el mundo caer sobre mí. Era imposible que estuviera impidiendo mi boda, de esa manera, frente a todos.

Ricardo volteó inmediatamente reclamándole.  Yo no podía contener mis lágrimas, y solo quería pensar que todo esto era un mal sueño.  Tal vez, si no volteaba, todo volvería a la normalidad.

Al ver que las cosas continuaban igual, me volteé, mirándole la cara a Ezequiel por primera vez en varias semanas. “Ezequiel, por favor” le dije apenas en un susurro, con la esperanza de que no dijera más.

Mi esperanza murió cuando él comenzó a hablar. “No Isabella, no puedo más.  No voy a soportar que unas tu vida a este hombre; no voy a permitir que seas infeliz.  Mucho menos que nuestro hijo crezca al lado de otro hombre.  Te amo Isabella.”

Sentí una mezcla entre amor y odio.  Cuando me dijo que me amaba, sentí alegría; yo también lo amaba y era algo que no podía negar.  Odio porque estaba destruyendo mi vida frente a todos.  Gritando nuestro amor de forma libre, quitándole la máscara.

Ricardo me tomó por el brazo y me sacudió.  Qué se creía él?

“Es cierto eso que dice este?  Es cierto que esperas un hijo de él?  Isabela, dime la verdad!”

Un inmenso coraje corrió por mi cuerpo, y me dio las fuerzas para librarme de su agarre.

“Perdóname Ricardo” no pude decirle más.  Tenía que aceptar que estaba utilizándolo y que, aunque me haya hecho mi vida un infierno en algún momento, él no merecía esto.

Comencé a caminar pero realmente mis deseos eran correr por la vergüenza tan grande que sentía, pero me detuve y miré a Ezequiel, y por segunda vez en mi vida, le dije entre dientes “Te odio Ezequiel, no sabes cuánto.”

Mis palabras no eran ciertas, pero me sentía lastimada, herida.  Salí corriendo de allí, pues no quería enfrentar a nadie; solo deseaba desaparecer.

Mi suerte no fue mucha, pues fui detenida por Viviana antes de lograr salir de allí.

“Eres una cualquiera!” me gritó mientras me abofeteaba.

“Déjala!” escuché a Adrianna gritar detrás de mí.

“Tienes toda la razón Viviana” fue lo único que el nudo en mi garganta me permitió decir; y continué mi carrera hasta mi cuarto.

Una vez llegué allí, me tiré en la cama y comencé a llorar nuevamente; solo quería morirme.  Lloraba con todas mis fuerzas, mis manos poniéndose frías y todo mi cuerpo temblaba.

Sentí unos brazos que me sentaron en la cama y me envolvieron en un fuerte y cálido abrazo.

“Tranquila mi chiquita; eso le hace daño al bebé” decía mi mamá con lágrimas en sus ojos.

“Perdóname por favor.  Soy una vergüenza para ustedes. Perdóname mamá, te lo ruego” decía sin poder controlarme.

“Te perdono mi chiquita.  Te amo.  Hablamos de esto cuando estés más tranquila” continuaba mi madre mientras me abrazaba aun más.

“Isabella, tienes mi apoyo” fueron las palabras de Adrianna pasando su mano por mi cabello.

La puerta fue abierta súbitamente y la figura de mi padre apareció.  Me desprendí de los brazos de mi mamá y me puse de pie.

“Papá, por favor, escúchame” le dije al ver la ira en sus ojos y sin moverse de donde estaba.

Él caminó hasta mí, y por primera vez en mi vida, levantó su mano y me pegó.  Estaba incrédula de lo que acababa de suceder; pero a fin de cuentas, merecía mucho más que eso.

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora