(36) Que me alcance la vida

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Tal y como lo prometió, la mañana siguiente al abrir mis ojos, Ezequiel estaba en mi habitación, sentado en el mismo asiento donde mi mamá había dormido.

“Buenos días mi amor” dijo él levantándose y caminando hacia mí.

“Y mi mamá?” le pregunté extrañada al no verla allí.

“Adrianna la obligó a salir y desayunar.  No quería irse de tu lado.” Sus labios se unieron a los míos luego de esas palabras.

“Buenos días” dijo una de las enfermeras interrumpiendo nuestro beso.

“Buenos días” le respondimos ambos al unísono.

“Aquí está tu desayuno Isabella.  Tan pronto comas y estés lista, te llevaremos a ver a tu bebé.”

“No quiero desayunar, quiero verlo” le dije levantándome de la cama.

“Discúlpame, pero las ordenes son que desayunes primero. No has ingerido nada.”

Como niña pequeña, me molesté con el comentario de la enfermera. Esto causó que Ezequiel riera ante mi rostro, la primera sonrisa que veía en toda esta tortura.

Seguí las instrucciones, pero apenas y podía pasar alimentos.  Me di un baño y junto a Ezequiel, mi mamá, Adrianna y la enfermera, caminé hasta la entrada del lugar donde se encontraba mi bebé.  Solo Ezequiel y yo estábamos autorizados a entrar.

Mi corazón se destrozó aun mas al ver esa cosita tan pequeña, esa cosita que amaba más que a mi vida, allí, con unos cablecitos y chupones en su cuerpecito.  El pañal casi podía cubrirlo completo; pero aun así, era emocionante verlo moverse.

Ezequiel me tomó en sus brazos y besó mi cabeza.

“Todo va a salir bien Isabella.  Diego está en buenas manos” me susurró al oído, pero al mirar a su rostro, podía notar el mismo sufrimiento que yo tenía.

“Es tan pequeñito” le dije, y no pude hablar más.

La enfermera nos permitió tocarlo, cambiarle el pañal, incluso darle de comer.  Nos indicó que estas primeras horas eran importantes, pero nos aseguró que no perdiéramos la fe, porque ella estaba segura que todo saldría bien.

Esas manitas, esos piecitos, que bien se sentía tenerlos en mis manos.  Parecía que se podía romper, pero no había nada que pudiese desear más que tenerlo en mis brazos; darle todo el amor que se merecía.  Mi corazón no soportaba más.

Durante mi estadía de dos días en el hospital, casi le rogaba a las enfermeras que me permitieran escurrirme sin que me vieran para poder estar cerca de mi bebé.  La mayoría de las veces me lo permitieron.  La agonía más grande para mí fue cuando el doctor me dijo que podía regresar a casa.  Era horrible la idea de llegar vacía, sin mi bebé dentro de mí o en mis brazos, aun cuando sabía que lo vería todos los días.  El solo pensar que lo tenía lejos, era una tortura para mí.

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora