(25) Nuevos Senderos

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Al lado una foto de Adrianna.  Recuerden que no comparten la misma madre.

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Pasaron los días; en realidad no sé cuantos.  Vivía encerrada en mi cuarto, solo mi mamá y Adrianna entraban y salían cada vez que querían.  Mis sobrinos también me visitaban, y eso me alegraba la vida.

Celeste me llamaba, y cuando me sentía bien, la recibía en mi habitación.  Platicábamos por rato, pero no se tocaba nada del tema causante de mi tristeza.  Ezequiel? No sé nada de él; mi teléfono se hizo pedazos cuando, bajo mi coraje, lo tiré contra la pared.  No quería saber del mundo, mucho menos de él.

Mi papá y Adrián continuaban sin mirarme, sin hablarme; esto destruía cada vez más mi corazón.  Todos habían intercedido por mí, pero los dos aun guardaban mucho coraje, no solo hacia mí, sino también hacia Ezequiel. Pienso que me lleva la delantera en esto.

Hoy era mi primera visita al doctor, ya había transcurrido tiempo desde que me enteré de mi embarazo, y aun no había ido a verificar que todo estuviese bien.  Iría sola, porque, aunque mi mamá había insistido en acompañarme, esto era algo que debía hacer sola. 

Llegué a la oficina, y mi espera no fue mucha; aunque los nervios me estaban matando.  Luego de un sinnúmero de preguntas de parte del doctor, este me indicó que me haría unos exámenes y un ultrasonido.

Acostada en aquella cama, con solo una bata de papel y mirando a mi alrededor, deseé no haber sido tan terca y aceptar la compañía de mi madre.  Ya era muy tarde.  El doctor entró, y luego de verificar que todo estuviese bien; procedió a hacerme el ultrasonido.

Mis ojos se llenaron de lágrimas de alegría, de emoción, al ver en aquel monitor la personita que crecía dentro de mí; aquella criaturita que al principio no quise, pero por quien estaba dispuesta a pelear con uñas y dientes.  Era hermosa esa imagen, como se movía,  e indescriptible escuchar su corazón latir.  

Al salir de la oficina, y luego de recoger los medicamentos que el doctor me había prescrito, decidí almorzar algo.  Sentía que desmayaría si no comía algo, y entré a un pequeño restaurante cerca de donde me encontraba.

Caminaba hacia una de las mesas que estaban vacías, cuando de repente, alguien me tomó por el brazo.

“Isabella, que sorpresa verte!” me dijo Armando con una sonrisa genuina en su rostro. 

“Para mí también es una sorpresa.  Qué bueno verte!”

“Estás sola?” me preguntó mirando a nuestro alrededor.

“Sí, estoy sola” le respondí sintiéndome un poco avergonzada.

“Entonces tú me acompañarás a almorzar.  No me gusta comer solo” decía Armando, casi arrastrándome a una mesa.  Caballerosamente, haló la silla para que me sentara.

Una vez sentados, y luego de haber hecho nuestra orden, Armando me miró, y con un gesto de simpatía, me dijo, “Lamento mucho lo que sucedió.  No debes estar pasando por nada fácil.”

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora