32. La resistencia II

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Rubén no se pudo contener a mi alarde sobrador. A ver, ¿quién en su sano juicio podría?

Su primer disparo fue dirigido a los pies de uno de los oficiales de la primera línea de escudos. Buscaba romper la línea y tener un blanco fácil.

Yo, por lo pronto, me retenía a buscarlo desde la tercer fila y esperar el momento oportuno para que el Grupo Halcón entre por detrás.

El hogar de los Márquez tenía demasiadas ventanas ocultas, difíciles de visualizar, y dos pisos. Muchos ángulos, muchos ejes. Podría moverse rápidamente y nos costaría ubicarlo.

Disparó tres veces más y encontró el pie izquierdo de un miembro de la federal. Su escudo junto al resto de su cuerpo cayeron al suelo con pesadez.

Logró romper la formación. Sólo un tipo con sus destrezas, entrenamientos y habilidades podría ser tan certero en un momento como este.

No se me hace difícil imaginarme cómo Julián aprendió tan rápido el arte de matar.

De una forma u otra, logramos reagruparnos en un tiempo extraordinario. Nuestra rapidez seguramente salvó un par de vidas.

-¡Tercer ventana a la izquierda de la puerta principal! -grité como si mi vida dependiera de ello. Rubén se reveló al cambiar su rifle francotirador por lo que parecía algún tipo de subfusil-. ¡Fuego a discreción, disparen al objetivo!

Los refuerzos que nos acompañaban detrás desplomaron su poder de fuego, y el sonido ensordecedor de las balas y vidrios rotos se hicieron moneda corriente.

Rubén desapareció rápidamente. Las cortinas de cada ventana estaban colocadas de forma que del exterior se pudiera ver lo mínimo e indispensable.

A todo esto, ¿y Julián?

Mi formación había logrado recomponerse con el cese de disparos de Rubén y la extracción del oficial herido. Continuamos avanzando en lo que parecía el corredor de la muerte: todavía faltaban quince metros para llegar a la puerta principal.

Tenía que esperar para darle la orden al grupo Halcón. Debíamos entrar los dos al mismo tiempo a la casa, y de esa forma no tendrían chances de escapar.

En ese momento, sucedió lo inesperado.

Ya no era solo un sospechoso dentro de la casa. Ahora eran dos.

Y utilizaron ese factor sorpresa a su favor.

Solo un segundo antes de verla disparar el subfusil, divisé a Carla Márquez en el extremo izquierdo de la casa.

Mierda. Acaban de flanquearnos.

-¡Extremos de la casa, segundo piso! -Los padres de Julián usaron la altura como una estrategia clave del tiroteo-. ¡Que los refuerzos retrocedan, a cubierta! Formación, ¡avancen!

Los refuerzos de la federal estaban desprotegidos. Por lo pronto, mi formación estaba a salvo.

Giré mi cabeza y entendí que era el peor escenario: los ocho miembros de la federal que acompañaban nuestro avance hacia la casa acababan de ser finiquitados en un musical de disparos.

No podía frenar el avance. Si no entrábamos ahora, solo les daríamos más tiempo para recargar y volver a prepararse.

Aproveché la muerte de mis colegas a mi favor, ordenándole a la formación que avanzara decidida hacia la puerta principal, ahora a solo cinco metros de distancia.

Rubén y Carla ya no tenían ángulo de tiro desde el segundo piso. Tendrían que bajar y batallar en terreno llano.

-¡Grupo Halcón, entren ahora! -comuniqué por radio, y podría asegurar que en mi mente vi la cara de disgusto de Rubén. Esa no se la esperaba.

De hecho, ni siquiera esperaba al grupo Halcón. Deberían haber venido los GEOF, pero mejor dejar los detalles para otro momento.

Imagino que algo de dignidad le queda en su oscuro corazón, ¿va a intentar matar a sangre fría a su propio escuadrón también?

Llegamos a la puerta, y nos refugiamos bajo el pequeño techo que había en la entrada.

-¡3, 2, 1, ahora! -finalicé el conteo para que los oficiales abrieran la puerta principal con la palanca. Con un poco de esfuerzo, cedió en segundos.

Di el primer paso hacia el interior del hogar de los Márquez, liderando la formación. Sentí un escalofrío y que mi piel se erizaba.

Después de meses de decepciones y un avance casi nulo, los tengo. Ya los tengo.

Volví a la realidad. Vargas con su escuadrón avanzaban por el fondo del pasillo principal. Me indicó con un gesto claro que se movería hacia la puerta derecha, y que a nosotros nos tocaba la de la izquierda. Eran los únicos movimientos posibles: puerta izquierda o puerta derecha.

Derecha, izquierda, izquierda, derecha, derecha, derecha, derecha.

«Damián, la recalcadisima concha de tu madre, concentrate hijo de puta. Estás en uno de los momentos más críticos de tu vida y te viene a la cabeza el período en el que estabas obsesionado con un jueguito de mierda, Not Not. ¡Enfocate o te matan!», me dijo una voz en mi cabeza. Mi yo centrado.

Tumbamos la puerta izquierda en búsqueda de Rubén o Carla. ¿Dónde están, pequeños?

Le ordené a la formación que se desplieguen en grupos de tres y revisen el resto de las salas. Según el plano de la casa que Grupo Halcón había conseguido, después de la puerta izquierda se bifurcaba en dos dormitorios, un baño y un vestidor.

Me dirigí al vestidor con dos oficiales detrás. Registramos con cuidado, pero no había señal de Rubén.

Boom. Boom. Dos disparos. Creo que vinieron desde el dormitorio de los viejos, al otro extremo del vestidor.

-Comisar... -dijo alguno de mis colegas, cuya voz no pude distinguir. El estruendo de otro disparo posiblemente acabó con su vida.

Al mismo tiempo, oí cierta disputa desde el otro lado de la casa. Parecía que se dividieron uno para cada lado.

Corrí con mi Browning en mano y oí más disparos y un par de gritos desesperados.

Pero, ¿quién es este? ¿Voldemort?

Llegué hasta el baño y solo encontré más muertos.

Temí porque todo se derrumbara. Nos redujo en número, y posiblemente solo quedáramos vivos los dos oficiales que me acompañaban y yo.

En medio de un descontrol en mi cabeza, supe que todo había terminado.

Dos disparos más, de un arma tan reconocible como la Browning, destellaron detrás mío.

-Hola, Damián -me dijo Rubén, y atiné a apuntarle, pero supe que era una mala idea-. No lo intentes porque te vuelo la cabeza.

-Está bien, tranquilo. No dispares -le dije, y pateé mi pistola hacia él.

-Quería matarte para hacer los honores.

-Que Dios te perdone, porque nadie más lo va a hacer -le contesté, apelando a conseguir un poco más de tiempo. Tres pasos nos separaban.

-Todos tenemos nuestros motivos. Siempre. Hasta nunca, Damián.

Se irguió para dispararme, y no vi rastros de humanidad en él. Supe en ese momento que no iba a titubear.

Cerré los ojos, listo y preparado para aceptar lo que se venía: el reencuentro con mi familia.

Después de todo, me lo merezco.

Boom.

Tu amigo invisible #1 [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora