Capítulo 19

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Me pasé gran parte de la tarde buscando a Knight. No sabía bien qué decirle o lo qué haría cuando le encontrase, pero mi opinión sobre él había cambiado por completo tras escuchar la versión de su historia de boca de Ayax y necesitaba cruzar algunas palabras con el norteamericano para intentar arreglarlo. Al fin y al cabo, yo dormía en su celda, justo bajo de su cama, y podía ser muy incómodo si de repente nos llevábamos mal. Por otra parte, no quería llevarme mal con él; de hecho, quería llevarme muy, muy bien.

Además, reconozco que me había llegado muy dentro sin apenas rozarnos; y no se trataba de su esplendoroso físico (que también), de su exótico rostro lleno de luz (que desde luego también), o de esa cálida barra de carne de grandes proporciones que se restregó entre mis nalgas en medio de la oscuridad de la noche (que por supuestísimo también), sino de su amabilidad, de su gentileza, de sus aventuras como defensor de los inocentes, de esa sonrisa (hoyuelo incluido) que me había alegrado el día, y... reconozco que nunca un tío así de bueno había venido detrás de mí interesado en algo más que un simple polvo. Y quería creer que Knight no quería simplemente follar, sino que sentía igualmente cosas por mí, aunque el sexo estuviese incluido en el pack.

¿Me estaba tomando demasiadas molestias por un tío con el que apenas había compartido una mirada, un beso y una pajilla nocturna? Probablemente sí; pero me sentía como si me hubieran puesto la miel en los labios y ahora necesitaba más. Quería saber hasta dónde podía llegar al lado de este atleta.

Ni siquiera Ayax, que estaba nadando y jugando placenteramente en la piscina de uno de los patios, supo decirme dónde estaba el estadounidense, pero el devenir por la prisión me permitió empezar a conocerla mejor y a orientarme sobre la localización de los patios, las celdas, escaleras, aseos, comedor y demás habitaciones habilitadas para reclusos. Localicé y memoricé cómo llegar a la biblioteca que ayer visité, a la sala de juegos y a otras como un salón de coros y canto, otra de pintura, un pequeño teatro que podía ser usado como cine, así como la peluquería, la enfermería y demás. Aún me perdería unas cuantas veces y tendría que pedir orientación otras tantas, pero, en resumen, mi sentido de la orientación demostró que seguía siendo muy útil en esta enorme construcción.

Y por cierto que me extrañó el asunto de que tuvieran una piscina en Barroteferro, y pistas de paddle, y lucha grecorromana, y un solárium para ponerse morenos... ¡incluso podían pedir bebidas a los empleados presentes a cambio de algunos de los puntos que debían haber obtenido al aceptar pedidos! Cerveza, Mojitos, Margaritas, vino, ron-colas... aquel patio que ahora cruzaba empezó a parecer una fiesta de disco-pub; más aún cuando pusieron música y encendieron farolillos con la caída del sol. Este lugar no habría desentonado nada en alguna cala ibicenca, en donde unos y otros se besaban, se metían mano o (con algo de discreción en alguna esquina oscura) incluso culminaban algún encuentro carnal completo.

A estas alturas yo empezaba a acostumbrarme que esta cárcel era como un harén de jóvenes delincuentes con buena apariencia y buena salud que podían pasar su condena viviendo muy bien si cooperaban siendo abiertos de mente... y de cuerpo. Pero, aunque me acostumbrase, no podía aceptarlo con gusto.

A mi entender, Barroteferro parecía un delicioso pastel de bizcocho y chocolate... relleno de pura mierda. Por más que tuviera posibilidad de ver y follar con tíos buenos, de saber que no sería juzgado aquí por ser gay, de disfrutar de deporte, instalaciones y descanso en este tiempo privado de libertad... me sentía como en una pesadilla.

Y eso que a mí me agradaba tener sexo, ¡me entusiasmaba! Y si sumamos a ello este recién descubierto gusto por sentirme ligeramente forzado a realizarlo podía convertir esta experiencia en algo realmente excitante. Pero una cosa es que mi cuerpo y mi rabo reaccionen ante esas sensaciones y estímulos, y otra que mis prejuicios, mi moral y mi dignidad protestasen horrorizados ante la perspectiva.

Barroteferro, La Cárcel del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora