Capítulo 14

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Aileen Vryzas se llamaba este griego, pero tanto daba porque aquí era conocido como Apolo y sabía suficientes idiomas como para poder pasar por cualquier nacionalidad de Europa. De piel morena y cabello castaño claro con mechones casi rubios, como si todo él formase parte de un atardecer de verano, este muchacho tenía unos ojos almendrados verdes claros y brillantes que parecían verlo todo, entenderlo todo, mirar dentro de tu alma y descubrir tus más oscuros secretos e inconfesables anhelos; pero sin duda era su perfecto rostro, alargado y ovalado cual elfo de fantasiosas edades pasadas, lo que te llevaba a pensar que te enfrentabas con un ser ultraterreno. Desde el primer momento despertó en mí un tonto deseo de escribir poesías y hablar en verso; todo como muy poético, ¿verdad?

—¡Carallo! ¡Otro español!

—En realidad soy griego.

—Pues no se te nota en el acento —replicó Moreno algo confuso, sin poder apartar la vista de su descamisado y bien formado pecho imberbe.

—Apolo, ¿cómo el dios? —preguntó Dani, a lo que aquel asintió. —Por eso vives en una celda del tercer piso, como el otro muchacho que llaman Hermes.

—Y por eso llaman Olimpo al tercer piso —colaboré.

—Hermes... —Fran asintió con media sonrisa lasciva al recordar. —¿Es ese chico que encontramos en el pasillo superior tras echar un polvo con un abuelete en su habitación de lujo?

—No me lo recuerdes —pidió Apolo poniendo los ojos en blanco, como si su vecino le causase un especial disgusto. —Prefiero que no hablemos de ese danés en concreto.

—Danés, ¿eh? ¿A quién se estaba tirando Hermes cuando llegamos? —insistí, pues era un señor más viejo y con una silueta demasiado amplia si lo comparábamos con el resto de reclusos.

—La identidad de ese amante carece de importancia ahora.

—¿Y cómo se hace para... vivir ahí arriba, con vosotros? —interrogó Moreno con mucho interés.

—Tienes que convertirte en dios —respondió enigmáticamente el muchacho—. Cuando todos te deseen, cuando seas verdaderamente rentable para este lugar, podrás ser uno de Los Doce.

—¿Rentable? ¿Para Barroteferro? —pregunté con incredulidad, pero él asintió. —¿En qué sentido?

—Eso es cultura básica de este lugar. Cualquiera te lo podría responder, Pipiolo. —Parece que se las daba de sabiondo y que no le gustaba hablar de cosas supuestamente obvias.

—¿Y ese Santo al que han agredido? ¿Qué sabes de él? O sea, ¿por qué se lo han hecho? —Si bien la aparición de este muchacho angelical me desconcertaba y desconcentraba por igual, el hecho de saber que un chaval había sido masivamente violado en el edificio de al lado y que nadie había hecho ni haría nada al respecto, me tenía descolocado, entristecido y enrabietado; todos los presentes nos sentíamos así. Y no era ya que temiera por mi propia seguridad o la de mis amigos (que también) si a alguno de esos desaprensivos se les ocurría fijarnos como objetivo, sino porque una injusticia y bestialidad semejante me revolvía las tripas.

Saint en realidad; lo he traducido porque Dark no parece saber inglés —aclaró sentándose en el banco y extendiendo los brazos sobre la mesa que nos separaba de él, como quien se muestra abierto a conversar. —Saint es uno de "los dignos". Cuando un condenado llega aquí y ve cómo está la situación en Barroteferro al respecto del sexo, del sexo con otros hombres me refiero, suele adaptarse y mimetizarse con el resto de gente. Es... como un instinto de supervivencia: allí donde fueres haz lo que vieres, dice un refrán de vuestro país, ¿no? —Dani asintió, mirándolo con el ceño ligeramente fruncido como quien sospecha de algo—. Pero siempre hay gente que se escandaliza o que se cree superior, o que piensa que no le merece la pena rebajarse a actuar como los demás para conseguir mayores comodidades, el apoyo de ciertas autoridades o la protección de un grupo. Esos terminan siendo parias aquí, marginados que suelen pasarlo mal.

Barroteferro, La Cárcel del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora