Capítulo 40

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Por fin el Olimpo había quedado atrás y a nuestra izquierda se elevaba el último tramo de escalera hacia la terraza. Sin embargo, tuvimos que detenernos justo antes porque la disimulada puerta de la "recepción" se abrió permitiendo el paso hasta nosotros al enorme rubio que era Izvekov, portando una pistola con la que nos apuntaba.

—¿Dónde crreéis que vais? ¡Volved al patio ahorra mismo!

Ante su inesperada aparición, Ayax se tropezó empujando a Mouse, quien cayó justo arrodillado ante el ruso y casi golpeó su entrepierna con la nariz y apoyó sus dos manos allí por instinto.

—¡Uy! Lo ziento. ¡Dizculpe, dizculpe!

Ello distrajo un poco al de la pistola permitiendo que Knight se adelantase en un silencioso impulso y le desarmase de un golpe.

Más molesto que otra cosa, el gigantesco celador apartó a mi chico de un empujón contra la pared para agacharse y recuperar su arma; pero Moreno también quiso probar suerte y le arreó otro tremendo puñetazo en la mandíbula tal y como antes hiciera con Zeus.

Mas Izvekov era puro músculo y ni siquiera se inmutó por el golpe, aunque sí le dirigió una mirada asesina al gallego que provocó que este reculase.

Pero igualmente no pudo alcanzar su pistola, puesto que Mouse hizo carambola con su cabeza sobre las bolas rusas y Knight, apenas recuperado, descargó una certera patada en la boca del estómago del recepcionista.

Ya de rodillas y jadeando, Brave le propinó tremendo culatazo con su propia arma en la nuca, dejándolo inconsciente del todo. Fuimos necesarios cuatro de nosotros para arrastrarle hasta dentro de la recepción.

—¿Estás bien, nene?

Knight avanzaba un poco encorvado, como si le doliera la espalda después del choque con el muro, pero asintió con la frente perlada de sudor. —No te preocupes, niñato. Y, oye Moreno... has sido muy valiente.

—¡Bah! No sirvió de nada. Ese toxo era demasiado para mí.

—La próxima, no golpees en hueso si no crees poder romperlo; ataca a las partes blandas, a donde haya nervios y puntos sensibles; o a zonas vitales como el estómago, las sienes, la garganta...

—Lo tendré en cuenta —aceptó, aunque al poco le escuché murmurar: —A mí me vas a enseñar tú a pelear, carallo... —y Apolo sonrió divertido al escucharle.

—Vamos, ¡a la terraza! —nos indicó el escocés.

—¿No le coges las llaves? —hizo notar Ayax, aún temblando por la impresión de la reciente lucha.

—Ya tengo. Dani me las duplicó con el molde que nos conseguisteis tú y Pipiolo. —Mi mirada debió echar fuego contra el dios griego. —¡No podía saber que Izvekov saldría! Y yo no dejo cabos sueltos.

"¿Me dejé usar por esos dos cabronazos sin necesidad? Así se te llene de poros negros esa naricilla tan perfecta que tienes" maldije interiormente.

El candado que aseguraba la verja hacia la azotea se abrió para nosotros y, debido a la oscuridad del pasillo, salimos a la luz de la mañana como si viéramos el sol por primera vez desde hace meses. Allí, plantado sobre una de las tres grandes "H" del suelo se erguía uno de los helicópteros de la prisión.

—Nuestro billete de vuelta a casa... —anunció Daniel con una gran sonrisa.

—Me temo que no —se opuso Apolo, con Brave al lado. —¿Sabes pilotarlo? —interrogó al navarro, y luego se volvió hacia el resto. —¿Alguno sabéis? Admito que yo no sé, así que iremos en la lancha del puerto. Si los datos están correctos, el puerto más cercano está situado en Sicilia, al este, y desde allí seguiremos hasta Italia tras repostar.

Barroteferro, La Cárcel del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora