Capítulo 23

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Lo que ocurrió a continuación no calmó mi confusión en absoluto.

Había entrado en una sala pequeñísima con las paredes de color negro cuya única particularidad es que tenía dos salidas en forma de estrechos corredores, uno hacia la izquierda y otro hacia la derecha.

Me acerqué a uno de ellos y comprobé que el pasillo continuaba hasta bastante lejos, aunque nuevos corredores salían de él cada poco. Se me vino a la mente la descripción que algún amigo había hecho de uno de esos "laberintos" situados en los cuartos oscuros de algunos pubs gay, o en las saunas. Debido a mi relación con Beni, yo no había tenido oportunidad de probar nada de esto, aunque siempre había tenido curiosidad por comprobar cómo eran las profundidades del "mundo gay" que tan morbosas se me antojaban desde afuera.

Justo entonces, las luces se apagaron por completo dejando encendidos unos diminutos leds naranjas cada varios metros; su fulgor era extraño pues apenas iluminaban nada, pero deslumbraban lo suficiente si los mirabas como para que los ojos nunca terminasen de acostumbrarse a la oscuridad. Supuse que estas serían las luces de emergencia.

Asustado al pensar que los plomos de la cárcel habían saltado al quedarse el complejo sin electricidad, retrocedí hasta la puerta para salir al pasillo y así esperar hasta que la situación se solventase; pero, sorpresa, esta se había cerrado. Mi primera impresión de que la cerradura electrónica debía haberse atascado dio paso poco a poco a una conclusión más lógica.

—Esto debe ser parte del pedido —murmuré sorprendido. Parece que iba a probar lo que era un "laberinto gay" después de todo.

Nervioso a más no poder, solté una risita histérica y elegí el pequeño pasillo de la izquierda valiéndome del tacto mediante mis dedos en las paredes mucho más que de mis inútiles ojos. Cuanto antes acabase con este asunto, antes podría irme a la cama y olvidarlo.

Supuse que esto era lo de "dark crowd", porque más "dark" que esto era imposible; pero ¿dónde estaba la "crowd"? La finalidad de un laberinto era encontrar la salida, o su centro, ¿verdad? Así que intuí que allí encontraría al cliente, con quien debía tener algo de sexo. Me resultaba muy extraña la afición que alguien pudiera tener con este tipo de sitios. ¿De verdad alguien se excitaba por hacer que su amante cruzase un laberinto antes de tener sexo?

Izquierda, derecha, recto, izquierda... pretendía avanzar en una misma dirección, pero a los dos minutos había sobrepasado los límites de mi sentido de la orientación y ya no tenía ni idea de dónde estaba. Además, lo que me terminó de alterar fue una mano anónima salida de la nada que de repente se agarró a mi paquete con sensual fervor. ¿Era este mi cliente? ¿Había llegado al lugar correcto por pura suerte?

Entre el manoseo, la extraña situación y que, recordemos, me estaba sintiendo bastante forzado a pasar por esta experiencia, mi sexo se endureció rápidamente y aquellos dedos recorrieron con maestría el mango de mi rabo desde la base hasta la cúspide, apretándome el glande intermitentemente a través de la tela de mi ropa. Otra mano se metió por la parte de atrás del camal de mis pantalones, asaltando mi ropa interior en busca de mi más íntima hendidura.

Resoplando, me apoyé en la pared y me quedé muy quieto, dejándome hacer con las mejillas ardiendo, ya que pensaba que esa era mi obligación en esta tarea que me había autoimpuesto sin pretenderlo. Sin cesar en sus indecentes caricias, su boca se acercó a mi oído para susurrar algo.

—Debes continuar avanzando, Pipiolo. Debes llegar al centro... o te haremos de todo aquí, y ni siquiera recibirás tus puntos por el pedido.

Tardé unos segundos más en comprender lo que me había dicho (lapso de tiempo que el misterioso sujeto aprovechó para introducirme parte de un ensalivado dedo en el recto), y entonces me aparté de él de un impulso y seguí avanzando. ¿Acaso no era ese mi cliente? ¿Quizá lo era, pero la condición para que me dieran la recompensa pasaba por encontrar el buen camino?

Barroteferro, La Cárcel del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora