Capítulo 15

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Tras la partida del griego, pasé un buen rato reflexionando tumbado en uno de aquellos bancos y, de paso, tomé algo de sol quitándome la camiseta porque estaba tan blanco que hacía daño a la vista y desentonaba con casi todos los demás internos. Mis dos compatriotas terminaron aburriéndose de estar allí y se fueron a buscar algo que hacer, y yo casi lo agradecí pues tenía mucho que pensar.

Aunque Apolo estaba para mojar pan, para mí que su físico y su carisma habían quedado eclipsados por todo lo que nos había revelado. Al menos había sacado en claro que me caía bien, y que, por alguna extraña razón, confiaba en lo que nos había dicho.

Todo estaba resultando extremadamente raro en Barroteferro, distinto por completo de lo que esperaba; mucho más gay y oscuro a la par que incitante y morboso. No me cuadraba en absoluto. Lo peor era la siniestra sensación que quedaba en mí como poso de cada pizca de nueva información que averiguaba. —Por el misterio del santísimo trío divino en plena orgía... ¿qué pasa aquí?

Quizá tardé una hora en aburrirme yo también del calor del sol, y entonces me dirigí a la ducha a darme un agua fresquita. Al ir a sacar el brazo para alcanzar una de las toallas, Ayax apareció en la puerta y me la acercó muy solícito aprovechando para revisarme sin pudor alguno.

—Es un buen tatuaje, Alexcito mojadito —opinó picoteando mi león con el índice mientras yo me cubría la entrepierna con la tela. Aún me quedaba algo de pudor si me pillaban de repente, aunque supongo que mis años en el internado ayudaban a no ser excesivamente mojigato.

Al volver ya vestido al patio de deportes, el francés con nombre de dragón de cómic me preguntó si necesitaba su ayuda como guía por el lugar, y me pareció buena idea.

—¿Me llevas a la biblioteca?

De camino hacia allí, aproveché para sacar mi ametralladora metafórica de preguntas, pues me sentía ávido de información.

—¿Tenemos libertad para movernos por dónde queramos? —y lo cierto es que, pese a la vigilancia de cámaras o la mirada de algún guardia de patrulla, nadie se interpuso en nuestro camino.

Oui* ["sí" en francés]. Bueno, la playa está clausurada hasta mitad de abril; sería tontería ir porque hace demasiado frío para bañarse ahora. Sólo se puede entrar a los comedores durante la hora de la comida y en ciertas partes de las instalaciones únicamente puedes acceder si vas con alguien que tenga permiso para estar allí, como los dormitorios de los guardias, su gimnasio, su comedor, el despacho del alcaide, los sótanos... Pero no te preocupes por eso; si vas a entrar en algún sitio que no debas, encontrarás una puerta cerrada o a alguien del personal de la prisión impidiéndote el paso.

—Bueno es saberlo. Pensaba que todo estaría más restringido aquí; que la falta de libertad sería más estricta y con horarios cronometrados al milímetro que agobiarían hasta lo indecible, pero me siento como si siguiera en el instituto interno. ¡Y sin tener que ir a clase!

—Más o menos —se mostró de acuerdo con una risita.

—Oye, y... eso del lubricante en las celdas. ¿Es normal? Es decir, ¿quieren facilitar el folleteo entre presos o qué?

Oui. —Me hizo un gesto como si hubiera dado en el clavo. —Parece que, hace tiempo, los primeros inquilinos de Barroteferro empezaron esta tradición de tener sexo tan desaforadamente como hoy se hace en esta prisión, y los culos rotos, fisuras, hemorragias y demás síntomas de penetraciones duras y repetidas obligaron a los jefazos a tomar medidas. Cuando yo llegué aquí, ya estaban instalados esos dispensadores.

—Y ¿cuándo llegaste aquí, Ayax?

—Hace seis meses. Y antes de que me lo preguntes, me quedan dos años más si nada se tuerce.

Barroteferro, La Cárcel del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora