Capítulo 32

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Nada más terminar de comer, vigilamos desde lejos que el grupo de Fear se ausentaba en conjunto hacia el patio C, por lo que este fue el momento elegido para encaminarme voluntaria y afablemente hacia el Olimpo.

—¡Que sí! ¡Que ya voy! ¡Dejad de empujarme! —Hay que entender que, recién ocurridas las agresiones, yo estaba lleno de miedo por estar sólo y temía incluso por mi vida si me encontraba a solas con alguno de esos brutos. Christopher había querido acompañarme, pero todos sabían cuán elusivos solían ser los dioses griegos del tercer piso y creyeron que tendría muchas más oportunidades de ser recibido si iba a solas.

Pasé de un salto silencioso ante la puerta de Hermes, pues sólo faltaba que ese cabronazo supiera que estaba allí y planificase algo contra mí; aunque reconozco que no creía que pudiera hacer nada peor que lo que ya me había hecho. Y no me refiero a que me dejase a punto de caramelo, con los huevos violetas a punto de estallar, sino al hecho de que me abrió los ojos a una verdad que un enamorado nunca quiere reconocer: yo seguía siendo humano y, por mucho que amase a mi Knight, podía ser tentado y traicionarle si ciertas circunstancias se daban. Eso no significaba que quisiera menos a mi Chris, pero rebajaba mis sentimientos a un nivel mucho más mundano y ordinario de lo que me hubiera gustado creer, y manchaba de alguna manera eso tan puro que mi chico y yo habíamos comenzado.

—Apolo —llamé bajito tras golpear quedamente con la aldaba. ¡Tenía aldaba! Ese adorno tan de siglos pasados, cuando había electricidad para instalar timbres que anunciasen una visita en la puerta de tu casa. Tenía forma de dos alas de cobre sujetando entre las dos una bola en la punta. —Apolooo... —volví a llamar y a golpetear, un poco más fuerte. No quería que Hermes me oyera y me sentía fuera de lugar en este piso (como un pordiosero en un restaurante de lujo donde todo el mundo va con esmoquin), pero necesitaba que este chico me abriera para poder cantarle las cuarenta, exigirle información y rogarle porque arreglase con Hermes su asunto sin inmiscuirnos a nosotros, tristes mortales que debían retozar en la vulgaridad de una condena en el Hades, sin lujos, comodidades o intimidad.

Permanecí allí un rato más, llamando de vez en cuando, pero nada. Escuchaba ruidos en otras habitaciones cerradas, pero no en esta. Además de a estos dos dioses enfrentados, yo había conocido a Eros y a Dionisio, pero había muchas más puertas cuyo propietario no me había cruzado en este tiempo. ¿Tendrían instalaciones propias, más exclusivas, en donde evitar a la plebe? ¿Acaso no salían de su piso para no contagiarse de la chabacanería insulsa que éramos la gente menos divina? ¿Existiría un Zeus, creador de todos los dioses y deidad suprema, cuya simple visión podría dejarme ciego y llegar a un orgasmo sin fin?

Fastidiado por todas estas dudas, pero sobre todo, por no haber conseguido mi objetivo, me escabullí rápidamente fuera del Olimpo. Murmurando rabioso, casi me choqué de bruces con un guardia en su ronda.

—¡Alex! ¿Qué tal?

—Sí que hacía tiempo que no nos veíamos, Lucas. —Sonreí feliz por la casualidad.

Tras un intercambio de formalidades y un abrazo, le conté lo que nos había ocurrido con el grupo de Fear y se ofreció a acompañarme de vuelta a donde esperaban mis amigos, aunque caminábamos despacio para que durase más nuestra conversación.

—¿No podéis hacer algo los celadores? O sea, unos presos violentos han asaltado, agredido, violado, e incluso han tratado de herir o matar a uno de nosotros. ¡Eso tiene que tener un castigo!

—Ojalá. —Suspiró desencantado. —No hay pruebas. Ningún compañero lo ha presenciado y, por lo que me cuentas, todo eso se ha realizado en lugares donde no lo han captado las cámaras. Sería vuestra palabra contra la de ellos, no prosperaría; y encima, si lo intentáis, ellos os tacharán de chivatos y podrían poner a la gente en vuestra contra.

Barroteferro, La Cárcel del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora