Capítulo 5

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Por fin pude empezar a respirar de nuevo, y es que me había empalmado como nunca ante aquella escenita. Esperaba que no se me notase al cruzar las piernas y apoyar los brazos sobre mi hinchada bragueta.

—¿No decías que tenías novia? —le pregunté a Fran intentando hablar en voz lo suficientemente baja como para que el murmullo del motor impidiera que el guardia me oyera.

—Tenía —se volvió lentamente hacia mí.

—O sea, eres bisexual —enuncié.

—No.

—¿Hola? ¿Eres gay y estabas en el armario? —insistí en busca de una explicación.

—No, carallo.

—¿Entonces...? —¡Tenía que aclarármelo! Y Dani (en medio de ambos) miraba de un lado a otro como si estuviera en un partido de tenis.

Miré insistentemente el paquete de Moreno pues, si estaba tan duro como yo, es que el trabajito no le había disgustado. Lamentablemente, se lo había cobijado bien con el faldón de la camisa.

—¿Qué más te da, pipiolo? —espetó con hastío. Sin embargo, no quiso dejarlo así y continuó hablando en una entonación más neutra. —Repito: hay que hacer lo que sea por sobrevivir en el trullo, y más os vale haceros pronto a la idea o lo pasaréis muy mal.

Daniel no parecía haberse dado cuenta del alargado cetro que se marcaba en su propio pantalón y que me permitió corroborar que, al menos, a este también le gustaban los tíos en general o hacer de voyeur en particular. Sintiéndose claramente turbado, el navarro se llevó la botella de agua a la boca y bebió rápidamente antes de susurrar un simple "eskerrik"* [gracias en vasco], con la cabeza gacha.

—¿Eso es vasco?

—Emmm... sí. ¿Por? —Preguntó algo desconcertado, después de lo que acabábamos de presenciar.

—¿En navarra no se habla otra cosa? O sea, no sé, navarrés o algo así.

Se rió tímidamente.

—No hay "navarrés"; se habla castellano. Pero hay muchas ikastolas... emmm escuelas que son bilingües de vasco, y yo estudié en una. Mucha gente en mi tierra cree que Navarra debería ser parte de las Vasconias.

Todo ese tema de politiquéo regional me daba bastante igual, así que resoplé y volví a pensar en mis cosas, lo mismo que él.

Entonces, ¿los tres éramos gays? O al menos parecía que ninguno tendríamos graves problemas en aceptar sexo homosexual en situación de privación de libertad, ¿no? Tres de tres era mucha casualidad.

Semanas atrás, cuando supe que quizá podría acabar en prisión, busqué información en internet sobre la vida en la cárcel y vi algunas películas de esa temática. Lo cierto es que saqué muy poco en claro, pero sí percibí un ambiente diferente entre las penitenciarías americanas y las europeas reflejadas en los filmes que me llamó la atención: en los USA parecía socialmente aceptado que los presos practicasen sexo entre ellos, incluso a veces por medio de la violación o como intercambio de favores, mientras que en el viejo continente era impensable algo así; aquí, ese tema era tabú.

Y, sin embargo, desde que me condenaron en firme había ido recibiendo algunas insinuaciones por parte de unos u otros advirtiéndome que allí dentro tendría que follar, quisiera o no. Y, por si fuera poco, ahora mismo acababa de ser testigo de cómo los favores sexuales podían abrir ciertas puertas.

Yo había creído que los "hétero" españoles eran demasiado machotes como para hacer estas cosas, pero Moreno (quien aseguraba no ser ni gay ni bi, y que había tenido novia hasta hace escasas horas) acababa de bajarse al pilón como todo un experimentado campeón por tan sólo medio botellín de agua que encima había compartido con Daniel. ¡Una mamada por un poco de agua babeada! ¿Hola? ¿Se había vuelto loco todo el mundo? Pero bueno, quizá este chaval era un caso atípico con esa filosofía suya de "cualquier cosa por sobrevivir", ¿no?

Me moría de ganas de confirmar con Dani mi sensación de que también era de mi gremio, pero le veía tan azorado y confundido que lo dejé para más adelante. Si él estaba la mitad de afectado por lo ocurrido que yo, le hacía falta un poco de tranquilidad. Yo venía de una relación cerrada. Desde hacía más de un año había estado fuera del mercado, y de repente me parecía entender que, además de "poder" enrollarme con otros, estaba obligado a hacerlo.

—Aquí tenéis algo de comida, que debéis estar desfallecidos —propuso el otro guardia acercándose desde el pasillo al entregarnos unas barritas energéticas que devoramos con bastante fruición, más por el hambre que porque estuvieran buenas. Además, con una expresión de infinita sorna nos dio una nueva botella de agua a cada uno. Así que el trabajito de Moreno había sido optativo, por así decirlo.

—Ni una palabra —espetó el gallego con cara de pocos amigos. Dani y yo cruzamos una mirada de cómplice diversión.

Lo cierto es que, desde que nos despertásemos, la escenita nos había robado toda la atención y a ninguno se nos había ocurrido mirar por la ventana. Ahora lo hice buscando tranquilizarme y me di cuenta de que volábamos a través de altamar, en medio de la noche. Si el motor del helicóptero fallaba ahora, sería difícil salvarse.

—Perdone —me atreví a preguntar—, el otro guardia nos dijo antes que Barroteferro estaba en la costa, pero la hemos dejado atrás. ¿Es que vamos a alguna isla? ¿Quizá a las Baleares o algo así?

—Eres muy perspicaz —comentó el policía, pero no respondió a mi pregunta. Se volvió entonces hacia el oscuro horizonte, revisó su reloj y terminó de explicar —Media hora más y llegaremos a vuestro nuevo hogar.

¿Media hora más? No conocía la velocidad media a la que viajaba uno de estos aparatos, pero en ese tiempo un avión podría recorrer media España, y ya llevábamos unas cuantas horas a bordo.

En silencio, juntos, pero en la soledad de nuestras cavilaciones individuales, el tiempo se nos pasó rápido y finalmente notamos que comenzaba el descenso. Me asomé y traté como pude de mirar hacia abajo por la ventana.

Efectivamente era la costa de algún sitio, aunque la oscuridad de la noche me impidió definirla como una isla, una península o la costa de un cabo o un golfo. Aquí se había construido una cárcel de arquitectura bastante atípica. Para empezar, tenía su propio puerto dentro de unas murallas marítimas, y en su interior había una playa de arena blanca con sombrillas y tumbonas. El muro exterior que impedía escapar a los reclusos le otorgaba la forma de un gran triángulo, y los edificios construidos en su interior convergían en un punto intermedio dando lugar a tres patios; en uno de ellos había pistas deportivas (quizá de tenis, paddle o fútbol, no lo vi bien), en otro pude ver una piscina bastante grande, y el tercero estaba semi techado.

Todo parecía nuevo con esta luz, sin desperfecto alguno. Y si no fuera por las dobles alambradas de espino y las torres de vigilancia en cada arista del triángulo, podría parecer un instituto incluso más lujoso que aquel en que pasé mi adolescencia.

Tal y como había dicho el policía, este sería mi nuevo hogar para los próximos años. Llegaba el momento en que comprobaría si mi estancia en Barroteferro sería un simple trámite aburrido, o una pesadilla que olvidar.    

Barroteferro, La Cárcel del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora