Capítulo 25

3.1K 318 74
                                    


Hasta el momento, la mentalidad de los empleados y dirigentes de Barroteferro me había parecido desviada, aprovechada, ilegal y exagerada en cuanto al tema del sexo (debido a mi primer "registro de cavidades" y al sistema de "puntos por polvos" que tenían montado aquí); pero, muy importante, los tenía como personas razonables que cuidaban de los internos a su cargo: la comida era buena y sana, las instalaciones salubres y funcionales, los hábitos deportivos y creativos eran alentados, las enfermedades o dolencias eran tenidas en cuenta y tratadas en la medida de lo posible...

Y, sin embargo, ahora me daba cuenta de lo despiadados que eran cuando alguien perjudicaba este sistema que tenían montado o simplemente intentaba mantenerse al margen. En un único día había tenido noticia de la masiva violación de uno de los internos que había decidido no participar en este ciclo de prostitución encubierta, y me acababan de llegar rumores sobre la increíble gravedad que podían tener los castigos ejercidos sobre aquellos que deteriorasen el ritmo de dicha actividad lucrativa.

—¿Estás bien? —me llegó el murmullo de mi compañero de cama. Debía haber notado que me había quedado en shock.

—Yo... —negué con la cabeza, asqueado por lo que acababa de saber. Entonces se me ocurrió que quizá Knight ya había sido castigado en el pasado y mi mano se dirigió por sí sola hasta sus huevos palpando con cuidado. "Dios de todos los santos, las vírgenes y los sacrificios humanos de los circos romanos..." empecé irreverentemente mi oración con lo primero que se me vino a la cabeza; es lo que tiene no tener práctica en rezar. "...no permitas que le falte uno. Que tenga los dos bien puestos, por favor. Concédeme este deseo, ¿vale? Tú concedes deseos a quien te reza, ¿no? O sea, dicen que funciona así."

—¡Pfffff! —Al notar lo que estaba haciendo, el estadounidense apretó los labios en un intento de contener la risa. —Tranquilo, niñato; lo tengo todo en su sitio, por ahora. Y me gustaría que siguiera donde está, por eso no quise arriesgarme.

Suspiré aliviado, aunque no aparté la mano de su cálida entrepierna y proseguí lentamente con el masaje.

—Lo entiendo, creo.

—Gracias —sus dedos me acariciaron la mejilla y noté cómo la piel de mi espalda se erizaba de placer.

—Yo... Knight, no necesito regalos. No necesito cortes de pelo de moda, copas del bar o subir a vivir al Tártaro. Podríamos... ¿no hacer nada con nadie más? ¿Podríamos pasar de todo eso? ¿Puedes tú?

—No es eso. Yo...

Las luces se encendieron y su intensidad creció gradualmente mientras sonaban los pitidos del odioso despertador desde los altavoces.

—Hola, tortolitos. —Al momento, unos despeinados cabellos pardos emergieron del lateral de la cama junto a los pícaros ojillos azules de su pecoso propietario. —¿Habéis pasado buena noche? —preguntó Ayax con una gran sonrisa burlona. Knight le dio un empujón apoyando dos dedos en su frente.

—Oye, gabacho, ¿puedes llevarle a ver a Pixie y a Dixie?

—Si claro. ¿Por? ¿Qué ha pasado?

El movimiento generalizado de presos en las celdas colindantes nos indicó que algo ocurría.

—Es el Master; hoy también pasa revisión. ¡Vamos!

Antes de salir al pasillo para ser sobeteados por el enano vicioso, el neoyorkino me indicó: —Ve con Ayax después del desayuno; luego, nos vemos en la playa. —Tras lo que formamos una fila presentando armas.

—¿Dónde? ¿Playa? —Pero no hubo tiempo para más, pues las ávidas manos del jefe de seguridad diurna ya revisaban minuciosa y cariñosamente los capullos en flor de su jardín.

Barroteferro, La Cárcel del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora