Capítulo 34

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Acababa de explicarles el motivo por el que nos habíamos reunido en esta esquina del patio B, y aún no acababan de creérselo.

—¿Estás completamente seguro de eso, Pipiolo? Si nos escuchan hablando sin cuidado, se nos puede caer el pelo. —El gallego señaló hacia el poste justo ante el que nos encontrábamos. —Porque cámaras, haberlas haylas, y muy cerca.

—Está rota, de verdad. O sea, no transmite ni imágenes ni sonido, ¿vale? Me aseguré. Podemos decir lo que queramos, que estamos a salvo.

El más agitado era Ayax, pues había palidecido y abría y cerraba intermitentemente los dedos de las manos formando puños.

—¿Nos graban todo el rato... y luego lo suben a internet? —resumió lo que les había contado a todos en medio de murmullos y susurros nada más despertarnos con los pitidos del altavoz.

—A internet no, a la "deepweb" —aclaró Dani con las cejas fruncidas con preocupación. Al darse cuenta de la expresión de Moreno, explicó: —Es como internet, pero mucho más exclusivo. Suele usarse para asuntos turbios, ilegales o directamente criminales. Está cifrada.

—Entonces cualquiera podría vernos. ¡Mi madre podría verme follando con cientos de tíos! ¡Joder! —Pues sí que le había dado fuerte al francés.

—A ver, tranquilo Ayax; ya te ha dicho el niño que es una web muy exclusiva. O sea, a no ser que tu madre sea una hacker profesional, tenga contactos en las altas esferas del crimen o se pasee por la internet profunda como Pedro por su casa, no creo que se vaya a encontrar grabaciones de su retoño retozando sin pudor.

—¿Y por qué harían algo así? —inquirió mi novio cruzándose de brazos y apoyándose en el muro de cemento—. ¿Qué ganan ellos con esto? ¿Quieren avergonzarnos? ¿Es para dejarnos sin credibilidad u honor, para que nadie nos crea cuando salgamos de Barroteferro? ¿Así es como consiguen que nadie denuncie lo que está ocurriendo aquí dentro?

—¿Honor? ¿Credibilidad? ¡Ja! —se carcajeó el gallego—. Tanto les da el honor a la mayor parte de los internos; la reputación es otra cosa. Si los amigos o los enemigos se enteran de que aquí te has abierto de patas, eso sí que jode. Y si no has salido del armario y se lo enseñan a la familia... ¡Puf! A las malas, la gente podría pensarse que yo soy gay.

Tuve que mirarle de reojo elevando una ceja con incredulidad. ¿En serio, aún mantenía que no era gay después de todo este tiempo? ¿Ni siquiera bisexual? ¡Anda ya!

—¿Hablaz de chantaje? —intervino el rumano.

—¿No lo veis? ¡Es justo eso! —respondió el francés mesándose los cabellos pardos con tanta fuerza que por poco no se los arrancaba—. Cuando salgamos de aquí, nos amenazarán con mostrar esas grabaciones a la gente que nos importa, rompiendo parejas, alejando a la familia, ¡incluso dejándonos sin trabajo! Oh la la! ¡Seremos suyos de por vida!

—Incluso podrían zeguir exigiéndonos que tuviéramoz zexo con quienez elloz quizieran una vez noz zoltazen.

—No es tanto así —hice notar para calmarles a todos—. A ver. Gracias a una cuenta de ingresos que tenían en un directorio del escritorio he comprobado que sí chantajean a gente; pero no a los reclusos sino a gente influyente. Se centran en algunos de los clientes que vienen aquí. Sabéis que hemos estado con artistas, empresarios, políticos, magnates del petróleo...

—¡Y la realeza! —nos recordó Dani, aludiendo al príncipe más guapo de toda Europa que, un día cualquiera, apareció paseando por el Hades rodeado de guardias. Iba escogiendo reclusos con un simple gesto de su índice como quien selecciona pescado entre el género de un tenderete de barrio. Los elegidos fueron tras él en una fila ordenada y tuvieron una gran orgía con el principito como protagonista central. Eso nos dejó extrañados a muchos porque, ¿no era un riesgo para él confirmarnos a nosotros su, hasta ahora, desconocida orientación sexual? Había rumores, pero nada había sido contrastado o probado. ¿Y si alguno de los que le vimos, nos íbamos de la lengua al salir de la cárcel?

Barroteferro, La Cárcel del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora